viernes, 7 de abril de 2017

EL YOGA DEL AMOR DIVINO QUE ENSEÑO JESUS -CAPITULO VII--(Quinto Escrito)


EL YOGA DEL AMOR DIVINO QUE ENSEÑO JESUS
CAPITULO VII-(Quinto Escrito)
LAS BIENAVENTURANZAS
Jesús hablaba a sus discípulos y seguidores en su condición de gurú o salvador enviado por Dios:
“Bienaventurados sois si, a consecuencia de seguir al Hijo del hombre (el gurú preceptor crístico, representante de Dios), sois criticados y menospreciados por haber preferido caminar a la luz de la sabiduría armonizada con Dios, en vez de avanzar junto a las multitudes dando traspiés por los senderos mundanos de la oscuridad y de la ignorancia”.
Soportar el odio, el ostracismo, el reproche o la marginación no es en sí mismo motivo de bendición, si uno es moral o espiritualmente perverso; en cambio, cuando a pesar de sufrir persecuciones el devoto se aferra a la verdad, tal como se manifiesta en la vida y enseñanzas de un gurú crístico, alcanza entonces la libertad en la bienaventuranza eterna.

“Regocijáos en ese día y sentid la inspiradora vibración sagrada del siempre renovado gozo, porque he aquí que quienes se esfuercen arduamente y acepten el dolor a fin de seguir el sendero divino serán recompensados en el cielo con la bienaventuranza eterna. “Aquellos que os persiguen son la continuación de las sucesivas generaciones que persiguieron a los profetas.
Reflexionad acerca de los grandes males que recayeron sobre esos antepasados y cúal fue la recompensa que los profetas recibieron en el cielo de manos de Dios como resultado de soportar en su nombre la persecución por parte de personas ignorantes.
Si uno se mantiene firme en los principios espirituales, aun a costa de perder el cuerpo, al igual que los mártires de antaño, será recompensado con la divina herencia del reino de Júbilo Eterno de Dios”.
“Vuestra recompensa será grande en los cielos” significa el estado de eterna bienaventuranza que se percibe cuando el divino contacto de Dios experimentado en la meditación se vuelve estable; quien en la tierra realiza acciones buenas y sublimes cosechará, de acuerdo con la ley del karma, los frutos de dichas acciones, ya sea en su cielo interior durante la vida terrenal o en los reinos celestiales después de la muerte.
El buen karma y la perseverancia espiritual que hayamos acumulado determinan cúal será la recompensa celestial en esta vida o en el más allá. Las almas avanzadas-aquellas que a través de la meditación experimentan el estado de gozo siempre renovado de la realización del Ser y son capaces de permanecer sin cesar en esa celestial bienaventuranza interior en la que mora Dios- llevan consigo un cielo portátil donde quieran que vayan.
El sol astral del ojo espiritual comienza a desplegar ante su conciencia el cielo astral donde residen las almas virtuosas y los santos, los seres liberados y los ángeles, en esferas con grados progresivos de desarrollo. Poco a poco, la luz del ojo espiritual abre sus portales y atrae la conciencia hacia esferas celestiales cada vez más elevadas; el aura dorada omnipresente de la Vibración Cósmica del Espíritu Santo, la cual encierra los misterios de las fuerzas más sutiles que animan todas las regiones de la existencia vibratoria ( y en la que se hallan las “puertas de perla” del paraíso o entrada al cielo astral, al que se accede atravesando el perlado firmamento multicolor o muro divisorio); el Cielo Crístico de la Conciencia reflejada de Dios, cuya inteligencia resplandece en el reino vibratorio de la creación; y el cielo supremo de la Conciencia Cósmica, el Reino Eterno de bienaventuranza inmutable y trascendental de Dios.
Solo aquellas almas que logran mantener la conciencia centrada en el ojo espiritual durante la existencia terrena –incluso a través de las dificultades y las persecuciones- entrarán, en esta vida o en la vida después de la muerte, en los estados bienaventurados de las regiones superiores del Cielo donde las almas sumamente evolucionadas residen en la deliciosa cercanía de la liberadora presencia de Dios.
Aun cuando Jesús menciona de manera especial la enorme recompensa destinada a las almas avanzadas, incluso una medida menor de la gozosa comunión con Dios brinda la recompensa celestial correspondiente.
Aquellos que hacen algún progreso y luego traicionan sus ideales espirituales o abandonan la meditación, porque se sienten interiormente hostigados por el esfuerzo que se requiere o se ven desalentados desde el exterior por las influencias mundanas o las críticas de parientes, vecinos o “amigos”, pierden el contacto con el gozo celestial.
Sin embargo, aquellos que son divinamente fieles no sólo retienen el gozo que han obtenido en la meditación sino que reciben una doble recompensa, porque su perseverancia da origen a satisfacciones cada vez mayores.
Esta es la retribución psicológica celestial que se percibe al aplicar la ley del hábito: quienquiera que, por medio de la meditación, permanezca sin cesar en la bienaventuranza interior será recompensado con un gozo siempre creciente que le acompañará incluso al abandonar este plano terrenal.
El estado celestial de bienaventuranza meditativa que se experimenta en esta vida es un adelanto del gozo siempre renovado que siente el alma inmortalizada en el estado post mortem.
El alma lleva consigo ese gozo a las sublimes regiones astrales de celestial belleza, en las que los capullos vitatrónicos despliegan sus pétalos multicolores en el jardín del éter, y donde el clima, la atmósfera, el alimento y quienes allí residen están constituidos de diversas vibraciones de luz de múltiples tonalidades- un reino de manifestaciones refinadas que, comparado con las tosquedades de la tierra, se encuentra en mayor armonía con la esencia del alma.
Las buenas personas que resisten la tentación en el mundo pero aún no se han liberado por completo de la ilusión son recompensadas, después de la muerte, con un descanso renovador en este cielo astral, entre numerosos semi-ángeles y almas semi-redimidas, que llevan una vida muy superior a la que es común en la tierra.
Allí disfrutan de los resultados de su buen karma astral durante un lapso determinado por los efectos de sus acciones pasadas; tras ese periodo, el karma terreno que aún poseen las atrae una vez más a reencarnar en un cuerpo físico.
Su “gran recompensa” en el cielo astral les permite manifestar a voluntad las condiciones que deseen y tratar únicamente con vibraciones y energía en vez de hacerlo con las propiedades fijas de las sustancias, líquidas y gaseosas con las que tienen que enfrentarse durante su tránsito por la tierra.
En el cielo astral, todos los objetos, los atributos, las condiciones climáticas y el transporte se hallan sujetos al poder de la voluntad de los seres astrales, quienes pueden materializar, manipular y desmaterializar, de acuerdo con sus preferencias, las sustancias vitratónicas de ese mundo más sutil.
Las almas completamente redimidas no albergan deseos mortales en su corazón al abandonar las riberas de este mundo.
Como columnas, permanecen fijas por siempre en la mansión de la Conciencia Cósmica y nunca más reencarnan en el plano terrenal, a no ser que lo hagan en forma voluntaria con el objeto de llevar de regreso hacia Dios a las almas que están apegadas a la tierra.
Entre estas almas liberadas se hallan los profetas de Dios, que se encuentran anclados en la Verdad y retornan a la tierra por mandato del Señor con el fin de guiar a otros, mediante su conducta ejemplar y su mensaje de salvación, hacia modos de vida espirituales.
El estado espiritual de un profeta o salvador es de total unión divina, lo cual le habilita para manifestar a Dios de manera sagrada y misteriosa.
Por lo general, se trata de reformadores excepcionales que proporcionan a la humanidad extraordinarios ejemplos espirituales.
Ellos demuestran el poder y la influencia superior del amor sobre el odio, de la sabiduría sobre la ignorancia, aunque eso les suponga el martirio.
Rehúsan abandonar sus verdades, sea cual sea el grado de persecución física o mental, descrédito o falsas acusaciones a que se vean sometidos, y con la misma firmeza rehúsan odiar a sus perseguidores o recurrir a la venganza para imponerse sobre sus enemigos.
Manifiestan y mantienen el autocontrol y la paciencia del amor de Dios que todo lo perdona, a la vez que ellos mismos se encuentran protegidos en esa Gracia Infinita. En todas las grandes almas- que vienen a la tierra para mostrar a la humanidad el camino hacia la eterna beatitud o conciencia de felicidad suprema- se pueden encontrar los rasgos divinos ensalzados por Jesús como camino hacia la bienaventuranza.
En el Bhagavad Guita, Sri Krishna enumera en detalle las cualidades imprescindibles del alma que son distintivas del hombre de Dios: “(Las características del sabio son:) la humildad, la falta de hipocresía, la no violencia, la misericordia, la rectitud, el servicio al gurú, la pureza de mente y cuerpo, la tenacidad, el dominio de sí mismo; “la indiferencia a los objetos de los sentidos, la ausencia de egoísmo, la comprensión del dolor y de los males (inherentes a la vida mortal): nacimiento, enfermedad, vejez y muerte; “el desapego, la no identificación de su verdadero ser con los hijos, el cónyuge o el hogar; la constante ecuanimidad ante las circunstancias deseables e indeseables; “la inquebrantable devoción hacia Mí mediante la práctica del yoga que trasciende toda separación, la inclinación a frecuentar parajes solitarios y a evitar la compañía de personas mundanas; “la perseverancia en conocer el alma; y la percepción meditativa del objeto de todo conocimiento- su esencia verdadera o significado oculto-.
Todas estas cualidades forman parte de la sabiduría, y las opuestas no son más que ignorancia” (Bhagavad Guita XIII: 7-11)
Al cultivar las virtudes antes mencionadas, el ser humano puede vivir, incluso en este mundo materialista, en la bienaventurada conciencia del alma, como un verdadero hijo de Dios.
De este modo, su vida, al igual que la de muchos otros con los que se cruza en su camino, se vuelve radiante con la luz, el gozo y el amor infinitos del Padre Eterno.

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