domingo, 26 de febrero de 2017

BHAGAVAD GITA - Parte I. El Desaliento de Arjuna (II)



BHAGAVAD GITA - Parte I. El Desaliento de Arjuna (II)
Fragmento de texto del libro "Bhagavad Guita El Mensaje del Maestro" escrito por "Yogui Ramacharaka". El libro es una compilación de diversas traducciones sobre este episodio de la grandiosa epopeya Hindú conocida con el nombre de Mahabarata.

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PARTE I.

 EL DESALIENTO DE ARJUNA

PERSONAJES


KRISHNA. – Encarnación de la Divinidad o avatar de Vishnú.

ARJUNA. – Príncipe pandava.

DHRITARASHTRA. – Rey de los Kurus. Está ciego y apartado del campo de batalla.

SANJAYA. – Fiel criado de Dhritarashtra. Desempeña un papel análogo al del coro en las tragedias griegas.

DHRITARASHTRA. – Dime, Sanjaya, ¿Qué hacen mi gente y la de los pandavas ordenados en batalla en la llanura de los kurus?

SANJAYA. – Cuando tu hijo Duryodhana, generalísimo de tu ejército, divisó las huestes de los pandavas en pie de guerra, acercose a su preceptor Drona, hijo de Bhradvaja y le dijo:

Contempla, ¡oh maestro!, la poderosa hueste de los hijos de Pandu, compuesta por multitud de expertos e intrépidos guerreros, al mando de tu antiguo discípulo, el astuto y sagaz hijo de Drupada. Contempla a los guerreros enemigos en los carros de combate. Sus nombres son sinónimo de valor, fortaleza y astucia.

Y en nuestro bando están reunidos a mis órdenes los más insignes guerreros de nuestro pueblo, heroicos, valientes y experimentados, blandiendo sus armas favoritas y todos adictos a mi persona y causa, y anhelosos de dar su vida por mí.

Pero, ¡ay! maestro, este nuestro ejército, aunque muy valiente y capitaneado por Bhishma, me parece débil e insuficiente; mientras que el enemigo, capitaneado por Bhisma, me parece fuerte y superior.



Por lo tanto, que los capitanes de mi hueste se preparen a obedecer, auxiliar y defender a Bhishma.

Entonces Bhishma, veterano caudillo de los kurus, para enardecer a su gente sopló en la concha de guerra, cuyos broncos sones semejaban los rugidos de un león.

Y en respuesta resonaron innumerables conchas, cuernos, tambores, atabales y otros instrumentos bélicos, cuyos estrepitosos toques dispusieron el corazón de los kurus a levantados propósitos y heroicas acciones.

Después replicaron con enérgico reto los instrumentos de la hueste de los pandavas.

Krishna, la encarnación de Dios, y Arjuna, el hijo de Pandu, de pie sobre un formidable carro de combate guarnecido de oro y piedras preciosas, y tirado por caballos blancos como la leche, soplaron sus conchas de guerra haciendo vibrar el aire.

El ejército pandava aceptó el reto, y los guerreros de la hueste tocaron repetidamente sus instrumentos hasta que su son alcanzó la intensidad del trueno y la tierra se estremeció en rítmica respuesta.

Entonces las huestes de los kurus se atemorizaron.

Pero Arjuna, al ver que el ejército kuru daba la señal de batalla y las flechas comenzaban a hendir los aires, empuño su arco y dirigiéndose a Krishna le dijo:

¡Oh Krishna!, te ruego que interpongas mi carro entre las dos opuestas huestes a fin de que yo pueda ver a los kurus, contra quienes he de combatir.

Déjame contemplar a mis enemigos, los secuaces del malvado y vengativo general de los kurus.

SANJAYA. – Krishna condujo el carro hasta situarlo entre ambos ejércitos.

Entonces Krishna le dijo a Arjuna que mirase con atención al ejército de los kurus y luego al de los pandavas.

Y obedeciendo Arjuna, vio en el bando contrario a los padres, hijos, hermanos, tíos, primos y demás parientes de los del bando contrario.

Prestando mayor atención, vio asimismo parientes cercanos, bienhechores, amigos íntimos, compañeros de infancia y otros igualmente queridos, que en el bando contrario se impacientaban por luchar. Y en el ejército pandava veía otros guerreros igualmente amigos o parientes que aguardaban la orden de batalla.

Arjuna, sintiéndose apesadumbrado, exclamó:

ARJUNA. – ¡Oh Krishna!, mi corazón desfallece a la vista de mis parientes y amigos dispuestos al combate.

Mis piernas tiemblan, se me eriza el cabello, mi cuerpo se estremece de horror y el arco se me escapa de las manos.

Funestos presagios me anuncian voces extrañas, de modo que me encuentro confuso e indeciso.

¿Qué buen provecho puede reportarme el matar a mis amigos y parientes?

No ambiciono la gloria del vencedor, ¡oh Krishna!

Ni ansío el gobierno del reino, ni los placeres de la vida, ni aun la propia vida.

Todo me resulta vano y despreciable al saber que aquellos para quienes anhelamos el poder y el goce combaten entre sí con total desdén por la vida y las riquezas.

Maestros, hijos, padres, abuelos y nietos, tíos y sobrinos, primos, amigos y compañeros se hallan frente a mí desafiando mis flechas.

Aunque ellos deseen matarme, yo no quiero matarlos a ellos, así me dieran en recompensa el imperio de los tres mundos.

Si matamos a mis parientes, los hijos de Dhritarashtra, ¿qué placer experimentaríamos, ¡oh Krishna!? Si tal hiciéramos, nunca nos abandonaría el remordimiento.

Por lo tanto, no matemos a nuestros parientes, pues si tal hiciéramos, ¿cómo podríamos ser dichosos?

Y no podemos disculparnos diciendo que son tan malvados y obcecados que no ven delito en derramar la sangre de sus parientes y amigos.

Para nosotros, que tenemos mayor comprensión, esto no puede ser una excusa.

Se nos ha enseñado que destruyendo a una familia desaparecen sus tradicionales virtudes.

Y cuando un pueblo pierde sus tradicionales virtudes encuentra el vicio y la impiedad.

Es así como se corrompen las mujeres de una familia y se altera la pureza de la sangre.

La adulteración de la sangre empaña los ritos y ceremonias realizados en honor de los antepasados, de acuerdo con nuestras antiguas costumbres; y si las enseñanzas populares no mienten, aquéllos permanecen sumidos en la miseria y en la desgracia. Así, ¡oh Krishna!, mediante los crímenes de aquellos que destruyen a sus propios parientes, se pierden las virtudes y se ensombrece la gloria de la familia. Semejante calamidad apena y degrada a los antepasados, según nos enseñaron los instructores de nuestro pueblo.

¡Ay de mí! La maldición nos espera si intentamos matar a nuestra parentela, arrastrados por la ambición del poder y del insensato afán del dominio terrenal.

Prefiero ofrecer mi pecho desnudo a las armas de los kurus antes de cometer tan necio crimen contra mis parientes. ¡Ay de mí! ¡Ay de todos nosotros!

SANJAYA. – Dicho esto, Arjuna se dejó caer en el asiento de su carro, y arrojando lejos de sí el arco y las flechas, apoyó la cabeza entre las manos, vencido por el dolor.

Aquí termina la primera parte del Bhagavad Guita, titulada:

EL DESALIENTO DE ARJUNA

http://lacienciadelossabios.blogspot.com.es/

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