domingo, 26 de febrero de 2017

BHAGAVAD GITA - Parte II. Enseñanza Esotérica (III)



BHAGAVAD GITA - Parte II. Enseñanza Esotérica (III)
Fragmento de texto del libro "Bhagavad Guita El Mensaje del Maestro" escrito por "Yogui Ramacharaka". El libro es una compilación de diversas traducciones sobre este episodio de la grandiosa epopeya Hindú conocida con el nombre de Mahabarata.

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PARTE II.

 ENSEÑANZA ESOTÉRICA

SANJAYA. – Krishna, el Bendito Señor, lleno de amor y compasión por Arjuna, cuyo desaliento se traducía en lágrimas, le dijo:

KRISHNA. – ¿De dónde proviene, ¡oh Arjuna!, este apocamiento, indigno en quien como tú supo erguirse en los campos de batalla?

Semejante debilidad es contraria al deber y poco honrosa.

Tu desaliento es impropio del que ostenta el sobrenombre de “Tormento de sus enemigos”.

Desecha imaginarios escrúpulos y ¡yérguete vencedor!

ARJUNA. – ¡Oh Krishna! ¿Cómo lanzar mis flechas contra Bhishma y Drona cuando tanto los reverencio? ¿Cómo cometer tal infamia?

Me conformaría con el duro mendrugo del mendicante antes que ser el instrumento de muerte de estos nobles y reverenciados varones que fueron mis maestros.

Porque si matara a quienes se interesan por mi bien, mis festines se verían rociados con sangre. No sé si la derrota fuera para mí mejor que la victoria, pues de seguro me resultaría intolerable vivir después de haber causado la muerte de mis parientes y amigos (los hijos y vasallos de Dhritarashtra, el rey de los kurus, que viene en son de batalla).

Por una parte mi corazón se conmueve, y por otra mi mente es impotente para resolver tan arduo problema.

¡Oh bendito Señor mío! Soy tu discípulo. Suplícote que me aconsejes en esta terrible hora de prueba. Dime, ¿qué debo hacer?

Tan turbado estoy, que los dictados del deber entorpecen mi entendimiento y no hallo nada que pueda consolarme.

Ni la soberanía de un reino semejante al del sol, ni el dominio sobre las huestes celestiales lograrían mitigar mi dolor.

SANJAYA. – Dicho lo cual, Arjuna añadió resueltamente: “No pelearé”. Y permaneció silencioso.



Entonces Krishna contestó sonriendo al abatido príncipe.

KRISHNA. – Te afliges por quien no debieras. Tus palabras no son insensatas, tienen algo de sabias, pero no muestran la flor interna de la doctrina de los sabios. Son verdades, pero a medias.

El sabio no se aflige ni por los vivos ni por los muertos.

Así como el intrépido guerrero no teme a la muerte, así el sabio no se apena por la vida ni por la muerte; aunque el semisabio se aflija por una, por otra o por ambas, según el estado de ánimo en que lo colocan las circunstancias.

Sabe, ¡oh hijo de Pandu!, que ni Yo, ni tú, ni ninguno de estos príncipes terrenales hemos dejado de ser ni cesaremos de ser en lo futuro.

Así como el alma que reside en el cuerpo material pasa por las fases de infancia, juventud, virilidad y vejez, así también, a su debido tiempo, pasa a otro cuerpo y en sucesivas encarnaciones volverá a desempeñar nueva misión sobre la tierra. Esto lo sabe quien conoce la doctrina interna y no se preocupa por lo que ocurre en este mundo transitorio.

Para él la vida y la muerte no son sino palabras que expresan el aspecto superficial del ser verdadero.

Los sentidos, asesorados por la mente, ofrecen las sensaciones de calor y frío, de placer y dolor; pero éstas son cosas transitorias y mudables. Sopórtalas valerosamente, porque en verdad te digo que el hombre a quien estas cosas no conturban, que permanece incólume ante el placer y el dolor, y para quien todo es igual, está en camino de la inmortalidad.

Lo irreal no es el ser, pues descansa en la ilusión y el falso conocimiento.

Pero aquello que es, nunca dejó ni dejará de ser, pese a las apariencias.

Los sabios, ¡oh Arjuna!, han inquirido y descubierto la verdadera esencia de las cosas.

El Absoluto, aquel que todo lo penetra, no puede ser destruido, porque es imperecedero. Estos cuerpos que sirven de envoltura a las almas que los habitan son mortales y no deben confundirse con el hombre verdadero. Son perecederos como todo aquello que es finito. Deja, pues, que perezcan.

Y ahora que conoces estas cosas, ¡oh príncipe pandava!, levántate y disponte a batallar.

Quien dice “mato” o “me matan”, habla como un niño. En verdad, nadie puede matar ni morir.

Recuerda, ¡oh príncipe!, esta verdad: el hombre real no nace ni muere. Siempre ha sido y seguirá siendo eternamente.

El cuerpo puede morir y ser muerto, mas el espíritu que mora en el cuerpo no puede morir.

Así pues, ¿cómo creer que quien sabe que el verdadero hombre es eterno e indestructible, caiga en la ilusión de suponer que pueda matar, matarse o ser muerto?

A la manera como el hombre abandona las ropas viejas para vestir nuevas, abandona el morador el cuerpo, el cuerpo viejo, y encarna en otro nuevo para él preparado.

Ninguna arma puede herirlo, ni el fuego quemarlo, ni el agua humedecerlo, ni el viento secarlo, porque es invulnerable, incombustible, impermeable, eterno e inmutable.

En una palabra: es real.

Su esencia es inmutable, no puede ser conocida; por lo tanto, ¿a qué afligirse?

Mas si no creyeras en mis palabras y vivieses en la ilusión de tener por realidades la vida y la muerte, tampoco deberás afligirte.

Porque así como los hombres han nacido, deberán morir. ¿Por qué, entonces, lamentar lo inevitable?

Quienes no tienen sabiduría ignoran de dónde viene y adónde va el hombre.

Ellos conocen tan sólo su paso por el mundo. Entonces, ¿por qué se quejan?

Unos tienen al espíritu por cosa maravillosa, mientras que otros hablan de él incrédulamente y sin comprenderlo.

Y en verdad que nadie logrará con su mente perecedera conocer la verdadera naturaleza del espíritu a pesar de cuanto sobre él se ha enseñado, dicho y pensado.

El verdadero hombre, el morador del cuerpo, ¡oh Arjuna!, es invulnerable. De tal suerte, no te aflijas por criatura alguna.

Más te conviene cumplir con tu deber, ¡oh príncipe!, porque ello ha de abrirte las puertas del cielo.

Pero si arrojas tus armas faltarás a tu deber, mancillarás tu honor y cometerás grave crimen contra ti mismo y tu pueblo.

Tu crimen será pregonado, y para un guerrero como tú, ¡oh príncipe!, la muerte es mil veces preferible a la deshonra.

Los caudillos de tu ejército creerán que huiste por cobardía, y aquellos que te juzgaron valeroso acabarán por despreciarte.

El enemigo se burlará de tu cobardía. ¿Quieres mayor afrenta?

Si mueres, ganarás el cielo; si vences, dominarás la tierra. Por lo tanto, yérguete, ¡oh hijo de Pandu!

Recibe imparcialmente lo que te sobrevenga, sea placer o dolor, ganancia o pérdida, victoria o derrota. Disponte, pues, a la batalla, que tal es tu deber.

Las enseñanzas que te he expuesto, ¡oh Arjuna!, concuerdan con el Sankhya.

Escucha ahora las que convienen con el Yoga. Si las practicas te librarás de las cadenas que te atan a la acción.

En esta enseñanza no hay esfuerzo perdido ni riesgo de pecar.

Una migaja de este condimento salva al hombre del temor y del peligro, pues tiene un solo objeto, sobre el cual puedes concentrar la mente sin peligro.

Hay quienes se impregnan con la letra de las Sagradas Escrituras; pero, incapaces de penetrar su verdadero sentido, discuten vanamente sobre los textos.

Las acerbas controversias y las interpretaciones abstrusas satisfacen a los esclavos de la letra, y en vez de aspirar a la meta espiritual de las grandes almas, se complacen en fútiles placeres.

Amplios discursos y pomposas ceremonias inventaron estas gentes, que ofrecen premio por su observancia y amenazan con castigo por su incumplimiento.

Quienes poseen tales inclinaciones desconocen el uso del discernimiento y de la conciencia espiritual.

Las enseñanzas espirituales suscitan el miedo de sobreponerse con ecuanimidad a las tres cualidades de la existencia material.

Líbrate de ellas, ¡oh Arjuna! Líbrate de los pares de opuestos, de lo mudable y transitorio, y permanece firme en la conciencia del Yo, de tu verdadero ser.

Líbrate de la ansiedad por las cosas de este mundo; no te dejes gobernar por las ilusiones de este mundo perecedero.

Así como el agua que emana de una fuente llena las vasijas de acuerdo con la forma y capacidad de cada una de ellas, así también las enseñanzas espirituales no proporcionan sino la parte que cada cual es capaz de recibir conforme al grado de su evolución.

Para el brahmán iluminado, los Vedas son tan provechosos como si su mente fuese un vaso capaz de recibir toda el agua de una fuente inagotable.

De tal suerte atiende tan sólo al recto cumplimiento de la acción y no a la recompensa que de ella pudiera derivarse.

No te inquiete la esperanza del premio; pero no cedas tampoco a la inacción a que suelen abandonarse quienes han perdido toda esperanza de recibir recompensa por sus acciones.

Permanece a igual distancia de los extremos, ¡oh príncipe!, y cumple con tu deber sin otra razón que el deber mismo, sin reparar en si serán para ti buenas o malas las consecuencias del cumplimiento. Mantén la misma serenidad en el éxito como en el fracaso.

Hazlo todo lo mejor que sepas, y conserva la imparcialidad del yogui.

Por importante que la recta acción pueda ser, ha de precederla el recto pensamiento, porque sin el pensamiento la acción no es consciente.

Por lo tanto, ¡oh Arjuna!, refúgiate en la serenidad del recto pensar, pues quien fía su bienestar a los resultados de la acción pierde la dicha y se ve miserable y descontento.

El que alcanza el estado de conciencia del yogui no se ve afectado por los resultados de la acción.

Esfuérzate en alcanzar este estado de conciencia, porque es la clave del misterio de la acción.

Quienes renuncien al posible fruto de la recta acción están en camino de dominar el karma.

Rompen las cadenas que los atan a la rueda de los renacimientos y logran la bienaventuranza eterna.

Cuando trasciendas la ilusión ya no te conturbarán las discusiones teológicas sobre los ritos, las ceremonias y demás ropajes de la enseñanza espiritual.

Entonces te librarás del apego a los libros sagrados y a los escritos de los teólogos y quienes ambicionan interpretar lo que no entienden.

En cambio fijarás tu mente en la contemplación del Espíritu, y te armonizarás con tu verdadero ser.

ARJUNA. – Dime, ¡oh Krishna!, tú que posees la sabiduría: ¿Cuál es la característica del sabio de mente firme que permanece fijo en la contemplación?

¿Cómo se comporta? ¿Cómo puede distinguírselo de los demás hombres?

KRISHNA. – Sabe, ¡oh príncipe!, que cuando un hombre se libra de los lazos del deseo y halla satisfacción en su interno YO, alcanza la plena conciencia espiritual.

Sabio es quien no se conturba en la desgracia ni se engríe en la prosperidad.

Ha desechado la cólera, el temor y el tedio como se desechan los vestidos viejos.

Un hombre así no se inmuta por los sucesos de la vida, ya sean favorables o adversos. El agrado y el desagrado no lo alcanzan, pues no tiene apego a cosa alguna.

El que alcanza el verdadero conocimiento espiritual se parece a la tortuga que retrae sus miembros bajo el caparazón, pues le es posible retirar sus facultades sensorias de los objetos de sensación y apartarlas de las ilusiones del mundo objetivo protegido por la armadura del Espíritu.

Cierto es que a los capaces de refrenar los sentidos puede conturbarlos el deseo de sensación.

Pero quien descubre su YO interno no sufre voluptuosidad ni le acosan las tentaciones, pues tentaciones y deseos son para él como niebla disipada por los cálidos rayos del sol.

El que se abstiene puede, en algunas ocasiones, verse acometido por un tumultuoso deseo que haga fracasar su resolución, pero sabe que el verdadero Ser es la única Realidad; es dueño de sus sentidos y deseos. Lo irreal no existe para él.

Quien permite que su mente se apegue a los objetos de sensación queda de tal modo envuelto en ellos que terminan por esclavizarlo.

Del apego surge el deseo, del deseo la pasión, de la pasión la insensatez, de la insensatez la apetencia sin freno.

De la desenfrenada apetencia resulta el olvido, del olvido la falta de discernimiento, y de ésta la pérdida de todo lo demás.

Pero alcanza la paz quien, dueño de sí mismo, obra sin placer ni repugnancia, pensando solamente en el YO.

En esta paz, que trasciende toda comprensión, se libra de las tribulaciones de la vida.

No hay conocimiento posible para quien no logra esta paz, pues sin paz no hay serenidad, y cuando ésta falta, ¿cómo puede haber sabiduría?

Sin paz, los deseos sensuales ofuscan el entendimiento.

En verdad, ¡oh príncipe!, sólo posee la sabiduría aquel que tiene los sentidos abroquelados contra los objetos de sensación, por el protector conocimiento del Espíritu.

Lo que para el vulgo es luz, es tiniebla para el sabio.

Y lo que al vulgo parece negro como la noche, es luz meridiana para el sabio.

Esto significa, ¡oh príncipe!, que para el sabio es ilusión lo que a la generalidad de las gentes les parece realidad.

Y que lo que a las multitudes les parece ilusorio es para el sabio la única Realidad.

¡Tanta es la diferencia de visión entre los hombres!

Logra la paz aquel cuyo corazón es como el océano en cuyo lecho desaguan todos los ríos sin desbordarlo.

Siente el aguijón del deseo y la pasión, pero no logran conmoverlo. Quien cede a la voluptuosidad no logra paz.

Quien se ha divorciado de los efectos del deseo y rechaza los impulsos de la carne, lo mismo en pensamiento que en acción, alcanza la paz interna.

El que trasciende el orgullo y el egoísmo, alcanza la felicidad.

Éste, ¡oh príncipe pandava!, es el estado de unión con el verdadero ser, el estado de bienaventuranza, de conciencia espiritual.

Quien lo alcanza, conoce la verdad.

Quien permanece en él aun en la hora de la muerte, se identifica con la Divinidad.


Aquí termina la segunda parte del Bhagavad Guita, titulada:

ENSEÑANZA ESOTÉRICA

http://lacienciadelossabios.blogspot.com.es/

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