Libro La voz del Silencio ( DE LOS PRECEPTOS DE ORO) (Fragmento primero)
DEDICADO A LOS POCOS
Fragmento primero
La voz del silencio
Las presentes instrucciones son para aquellos que ignoran los peligros de los IDDHI inferiores.
Aquel que pretenda oír la voz del Nada «el Sonido insonoro», y comprenderla, tiene que enterarse de la naturaleza del Dâranâ.
Habiéndose vuelto indiferente a los objetos de percepción debe el discípulo ir en busca del Rajá (rey) de los sentidos, al Productor del pensamiento, aquel que despierta la ilusión.
La Mente es el gran destructor de lo Real.
Destruya el discípulo al Destructor.
Porque:
Cuando su propia forma le parezca ilusoria, como al despertar, todas las formas que en sueños ve.
Cuando él haya cesado de oír los muchos sonidos, entonces podrás discernir el UNO, el sonido interno que mata el externo.
Entonces únicamente, y no antes, abandonará la región de Asat, lo falso, para entrar en el reino de Sat, lo verdadero.
Antes de que el alma pueda ver, debe haberse alcanzado la Armonía interior, y los ojos carnales han de estar cegados a toda ilusión.
Antes de que el alma pueda oír, es menester que la imagen (hombre) se vuelva tan sorda a los rugidos como a los susurros; a los bramidos de los elefantes furiosos, como al zumbido argentino de la dorada mosca de fuego.
Antes de que el alma sea capaz de comprender y recordar, debe estar unida con el Hablante silencioso, de igual modo que la forma en la cual se modela la arcilla, lo está al principio con la mente del alfarero.
Porque entonces el alma oirá y recordará.
Y entonces al oído interno hablará
LA VOZ DEL SILENCIO, y dirá:
Si tu alma sonríe mientras se baña en la luz del Sol de tu vida; si canta tu alma dentro de su crisálida de carne y materia; si llora en su castillo de ilusiones; si pugna por romper el hilo argentino que la une al MAESTRO sabe, discípulo, que tu alma es de la tierra.
Cuando tu alma en capullo presta oído al bullicio mundanal; cuando responde a la rugiente voz de la Gran Ilusión; cuando temerosa a la vista de las ardientes lágrimas de dolor, y ensordecida por los gritos de desolación, se refugia tu alma, a manera de cautelosa tortuga, dentro de la concha de la PERSONALIDAD, sabe, discípulo, que tu alma es altar indigno de su «Dios» silencioso.
Cuando, ya más fortalecida, tu alma se desliza de su seguro refugio, y arrancándose del tabernáculo protector, extiende su hilo de plata y se lanza adelante; cuando al contemplar su imagen en las olas del Espacio, murmura: «Éste Soy yo», declara, discípulo, que tu alma está presa en las redes de la ilusión.
Esta tierra, discípulo, es la Mansión de dolor, en donde hay colocados, a lo ]argo del Sendero, de tremendas pruebas, diferentes lazos para recoger a tu YO, engañado con la ilusión llamada «Gran Herejía».
Esta tierra, oh ignorante discípulo, no es sino el sombrío vestíbulo por el cual uno se encamina al crepúsculo que precede al valle de la luz verdadera; luz que ningún viento puede extinguir; luz que arde sin pabilo ni combustible.
Dice la gran Ley: «Para llegar a ser CONOCEDOR del YO ENTERO debes primeramente ser conocedor del YO». Para lograr el conocimiento de tal YO, tienes que abandonar el Yo al No-Yo, el Ser al No-Ser, y entonces podrás tú responder entre las alas de la GRAN AVE. Sí, dulce es el reposo entre las alas de aquello que no ha nacido ni muere, antes bien es el AUM a través de las eternidades.
Monta en el Ave de Vida, si pretendes saber.
Abandona tu vida, si quieres vivir.
Tres Vestíbulos, oh fatigado peregrino, conducen al término de los penosos trabajos. Tres Vestíbulos, oh vencedor de Mara, te conducirán por tres diversos estados al cuarto, y de allí a los siete mundos, a los mundos del Eterno Reposo.
Si deseas saber sus nombres, oye y recuerda:
El nombre del primer Vestíbulo es Ignorancia (Avidya).
Es el Vestíbulo en que tú viste la luz, en que vives y en que morirás.
E] nombre del segundo es Vestíbulo de la Instrucrión.
En él encontrará tu alma las flores de vida, pero debajo de cada flor una serpiente enroscada.
El nombre del tercer Vestíbulo es Sabiduría, más allá de la cual se extienden las aguas sin orillas de AKSHARA, la fuente inagotable de Omnisciencia.
Si quieres cruzar seguro el primer Vestíbulo, haz que tu mente no tome por la Luz del Sol de Vida los fuegos de concupiscencia que allí arden.
Si pretendes cruzar sano y salvo el segundo, no te detengas a aspirar el aletargador perfume de sus flores. Si de las cadenas kármicas quieres libertarte, no busques tu Gurú en aquellas mayávicas regiones.
Los SABIOS no se detienen jamás en los jardines de recreo de los sentidos.
Los SABIOS desoyen las halagadoras voces de la ilusión.
Aquel que ha de darte nacimiento, búscalo en el Vestíbulo de la Sabiduría, el Vestíbulo que está situado más allá, en donde son desconocidas todas las sombras y donde la luz de la verdad brilla con gloria inmarcesible.
Aquello que es increado reside en ti, discípulo, como reside en aquel Vestíbulo. Si quieres llegar a él y fundir los dos en uno, debes despojarte de las negras vestiduras de la ilusión. Acalla la voz de la carne, no consientas que ninguna imagen de los sentidos se interponga entre su luz y la tuya, para que así las dos puedan confundirse en una. y tan pronto te hayas persuadido de tu propio Agnyana, huye del Vestíbulo de la Instrucción. Este Vestíbulo, tan peligroso en su pérfida belleza es necesario sólo para tu prueba. cuidado, lanú, no sea que, deslumbrada por el resplandor ilusorio, se detenga tu alma, y en su engañosa luz quede presa.
Esta luz radiante emana de la joya del Gran Engañador (Mara); hechiza los sentidos, ciega la mente, y convierte al incauto en un náufrago desvalido.
La pequeña mariposa, atraída por la deslumbradora luz de tu lámpara de noche, está condenada a perecer en el viscoso aceite. El alma imprudente que deja de luchar aferrarla con el demonio burlón de la ilusión, volverá a la tierra como esclava de Mara.
Contempla las legiones de almas. Mira cómo se ciernen sobre el proceloso mar de la vida humana, y cómo exhaustas, perdiendo sangre, rotas las alas, caen una tras otra en las encrespadas olas. Sacudidas por los huracanes, acosadas por el furioso vendadal, precipítanse en los regolfos, y desaparecen abismadas en el primer gran vórtice.
Si desde el Vestíbulo de la Sabiduría pretendes pasar al Valle de Bienaventuranza, cierra por completo tus sentidos, discípulo, a la grande y espantable herejía de separatividad que te aparta de los demás.
No permitas que tú «nacido del Cielo», sumido en el mar de Maya, (24) se desprenda del Padre Universal (ALMA) , antes deja que el ígneo Poder se retire al recinto más interno, la cámara del corazón y morada de la Madre del Mundo.
Entonces, desde el corazón aquel Poder ascenderá a la región sexta, la región media, el lugar situado entre tus ojos, cuando se convierte en el aliento del ALMA UNA, la voz que todo la llena, la voz de tu Maestro.
Sólo entonces podrás tú convertirte en «Paseante del Cielo», (28) que con su planta huella las auras sobre las olas, sin que a su paso los pies toquen las aguas.
Antes de que puedas sentar el pie en el peldaño superior de la escala, la escala de los místicos sonidos, tienes que oír la voz de tu Dios interno de siete modos distintos.
Como la melodiosa voz del ruiseñor entonando un canto de despedida a su compañera, es el primero.
Percíbese el segundo a la manera del sonido de un címbalo argentino de los Dhyanis, despertando las centelleantes estrellas.
Suena el siguiente como el lamento melodioso del espíritu del océano aprisionado dentro de su concha.
Y éste va seguido del canto de la Vina.
El quinto, a manera de flauta de bambú, suena vibrante en tu oído.
Y luego se convierte en sonido de trompeta.
El último vibra como el sordo retumbar de una nube tempestuosa.
El séptimo absorbe todos los demás sonidos. Éstos se extinguen, y no se les vuelve a oír más.
Cuando los seis han sido muertos y abandonados a los pies del Maestro, entonces el discípulo está sumido en el UNO, se convierte en este UNO, y en él vive.
Antes de entrar en aquel sendero, debes destruir tu cuerpo lunar (33) expurgar tu cuerpo mental y purificar tu corazón.
Las puras aguas de eterna vida, claras y cristalinas, no pueden mezclarse con los cenagosos torrentes del tempestuoso monzón.
La gota de rocío celeste que acariciada por el primer rayo de sol matutino, brilla en el seno del loto, una vez caída al suelo, conviértese en barro; mira: la perla es ahora una partícula de cieno.
Lucha ron tus pensamientos impuros antes que ellos te dominen. Trátalos como pretenden ellos tratarte a ti, porque, si usando de tolerancia con ellos, arraigan y crecen, sábelo bien, estos pensamientos te subyugarán y matarán. Cuidado, discípulo, no permitas que ni aun la sombra de ellos se acerque a ti. Porque crecerá, aumentará en magnitud y poder, y entonces esta cosa de tinieblas absorberá tu ser antes que te hayas dado cuenta de la presencia del monstruo negro y abominable.
Antes que el «místico Poder» pueda hacer de ti un dios, oh lanú, debes haber adquirido la facultad de destruir a voluntad tu forma lunar.
El YO material y el Yo espiritual jamás pueden estar juntos. Uno de los dos tiene que desaparecer: no hay lugar para entrambos.
Antes de que la mente de tu alma pueda comprender, el capullo de la personalidad debe ser aplastado, y el gusano del sensualismo ha de ser aniquilado, sin resurrección posible.
No puedes recorrer el Sendero antes de que tú te hayas convertido en el Sendero mismo.
Haz que tu alma preste oído a todo grito de dolor, de igual modo que descubre su corazón el loto para absorber los rayos del sol matutino.
No permitas que el sol ardiente seque una sola lágrima de dolor, antes que tú mismo la hayas enjugado en el ojo del afligido.
Pero deja que las ardientes lágrimas humanas caigan una por una en tu corazón, y que en él permanezcan sin enjugarlas, hasta que se haya desvanecido el dolor que las causara.
Estas lágrimas, oh tú de corazón muy compasivo, ,son los arroyos que riegan los campos de caridad inmortal. En este suelo es donde crece la flor de la medianoche, la flor de Buddha, más difícil de encontrar y más rara de ver que la flor del árbol Vogay. Es la semilla que libra del renacimiento al Arhat a cubierto de toda lucha y concupiscencia, y le guía a través de las regiones del Ser a la paz y beatitud conocidas únicamente en la región del Silencio y del No-Ser.
Mata el deseo; pero si lo matas, vigila atentamente, no sea que de entre los muertos se levante de nuevo. Mata el amor a la vida, pero si matas el tanha, procura que no sea por la sed de vida eterna, sino para sustituir lo pasajero con la perdurable.
Nada desees. No te irrites contra el Karma ni contra las leyes inmutables de la Naturaleza. Lucha tan sólo contra lo personal, lo transitorio, efímero y perecedero.
Ayuda a la Naturaleza y con ella trabaja, y la Naturaleza te considerará como uno de sus creadores y te prestará obediencia.
Y ante ti abrirá de par en par las puertas de sus recintos secretos, y pondrá de manifiesto ante tus ojos los tesoros ocultos en las profundidades mismas de su seno puro y virginal.
No contaminados por la mano de la materia, muestra ella sus tesoros únicamente al ojo del Espíritu, ojo que jamás se cierra, y para el cual no hay velo alguno en todos sus reinos.
Entonces te indicará los medios y el camino, la puerta primera y la segunda y la tercera, hasta la misma séptima. y luego te mostrará la meta, más allá de la cual hay, bañadas en la luz del sol del Espíritu, glorias inefables, únicamente visibles para los ojos del alma.
Sólo existe una vereda que conduzca al sendero; sólo al término de ella puede oírse la «Voz del Silencio». La escala por la cual asciende el candidato está formada por peldaños de sufrimiento y de dolor: éstos únicamente pueden ser acallados por la voz de la virtud. ¡Ay de ti, discípulo, si queda un solo vicio que no hayas dejado atrás! Porque entonces la escala cederá bajo tus plantas y te precipitará: su base descansa en el profundo cenegal de tus pecados y defectos, y antes que puedas aventurarte a cruzar este ancho abismo de materia, tienes que lavar tus pies en las aguas de la Renunciación. Sé precavido, no sea que pongas un pie todavía manchado en el peldaño inferior de la escala. ¡Ay de aquel que se atreva a ensuciar con sus pies fangosos un escalón tan solo! El cieno inmundo y pegajoso se secará, se hará tenaz, pegará sus pies en aquel sitio, y como el pájaro cogido en la liga del cazador astuto, quedará imposibilitado para un nuevo progreso. Sus vicios adquirirán forma, y le arrastrarán hasta el fondo. Sus pecados levantarán la voz, semejante a la risa ya! plañido del chacal después de la puesta del sol; sus pensamientos se convertirán en un ejército, y se lo llevarán tras sí como a un esclavo.
Mata tus deseos, lanú; reduce tus vicios a la impotencia, antes de dar el primer paso en el solemne viaje. Ahoga tus pecados, enmudécelos para siempre, antes de levantar un pie para subir la escala.
Aquieta tus pensamientos y fija toda la atención en tu Maestro, a quien todavía no ves, pero a quien tú sientes.
Funde tus sentidos en un solo sentido, si quieres estar seguro contra el enemigo. Por medio de este sentido único, que está oculto en la concavidad de tu cerebro, es como puede mostrarse ante los ofuscados ojos de tu alma el escarpado sendero que a tu Maestro conduce.
Largo y penoso es el camino que tienes ante ti, discípulo. Un solo pensamiento acerca de lo pasado que dejaste en pos de ti, te arrastrará al fondo, y tendrás que emprender de nuevo la subida.
Mata en ti mismo todo recuerdo de pasadas experiencias. No mires atrás, o estás perdido.
No creas que pueda extirparse la concupiscencia satisfaciéndola o saciándola, pues esto es una abominación inspirada por Mara. Alimentando al vicio es como se desarrolla y adquiere fuerza, a la manera del gusano que se ceba en el corazón de la flor.
La rosa tiene que convertirse nuevamente en el capullo nacido de su tallo generador, antes que el parásito haya roído su corazón y chupado su savia vital.
El árbol de oro produce las yemas preciosas antes que la tormenta haya maleado su tronco.
El discípulo ha de recobrar el estado infantil que perdió, antes que el sonido primero pueda herir su oído.
La luz del Maestro UNO, la luz áurea e inextinguible del Espíritu, lanza desde el principio mismo sus refulgentes rayos sobre el discípulo. Sus rayos pasan a través de las densas y oscuras nubes de la materia.
Ora aquí, ora allí, estos rayos la iluminan, de igual modo que a través del espeso follaje de la selva los rayos del sol alumbran la tierra. Pero, a menos de ser pasiva la carne, fría la cabeza, y el alma tan firme y pura como deslumbrador diamante, sus irradiaciones no llegarán a la cámara, sus rayos no calentarán el corazón, ni los místicos sonidos de las alturas Akásicas llegarán al oído del discípulo, a pesar de todo su entusiasmo, en el grado inicial.
A menos de oír, tú no puedes ver.
A menos de ver, tú no puedes oír. Oír y ver: he aquí el segundo grado.
Cuando el discípulo ve y oye, y cuando huele y gusta teniendo cerrados los ojos, los oídos, la boca y la nariz; cuando los cuatro sentidos se confunden y se hallan prestos a pasar al quinto, al del tacto interno, entonces ha pasado él al grado cuarto.
Y en el quinto, oh matador de tus pensamientos, todos éstos tienen que ser muertos de nuevo sin esperanza alguna de reanimación.
Aparta tu mente de todos los objetos externos, de toda visión exterior. Aparta las imágenes internas, no sea que proyecten una negra sombra en la luz de tu alma.
Tú estás ahora en el DHARANA, el grado sexto.
Una vez hayas pasado al séptimo, oh tú dichoso, no verás ya más el Tres sagrado, porque tú mismo habrás venido a ser dicho Tres. Tú mismo y la mente, como gemelos en una línea, y la estrella, que es tu meta, ardiendo encima de tu cabeza. Los tres que moran en la gloria y bienaventuranza inefables han perdido ahora sus nombres en el mundo de Maya. Se han convertido en una estrella única, el fuego que arde pero que no consume, aquel fuego que es el Upadhi de la Llama.
Y esto, oh Yogui afortunado, es lo que los hombres denominan Dhyâna el precursor dírecto del Samâdhi. Y ahora tu Yo se halla perdido en el YO, tú mismo en TI MISMO, sumido en AQUEL YO del cual tú emanaste primitivamente.
¿En dónde está tú individualidad, lanú? ¿En dónde está el lanú mismo? Es la chispa perdida en el fuego, la gota en el océano, el rayo siempre presente convertido en el Radiación universal y eterna.
Y ahora, lanú, tú eres el agente y el testigo, el radiador y la radiación, la Luz en el Sonido y el Sonido en la Luz.
Conoces ya los cinco obstáculos, oh tú bienaventurado. Tú eres su vencedor, el Maestro del sexto, el expositor de los cuatro modos de Verdad. La luz que sobre ellos se difunde, radia de ti mismo, oh tú, que fuiste discípulo y eres en la actualidad Maestro.
Y en cuanto a estos modos de Verdad:
¿No has pasado tú por el conocimiento de toda miseria, la Verdad primera?
¿No has vencido al Rey de los Maras en Tsí, el pórtico de la asamblea, la verdad segunda?
¿No has exterminado el pecado en la tercera puerta, y adquirido la Verdad tercera?
¿No has entrado en el Tau, el «Sendero» que conduce al conocimiento, la verdad cuarta?
Y ahora reposa bajo el árbol Bodhi, que es la perfección de todo conocimiento; porque sábelo, tú eres Maestro de SAMADHI. el estado de visión perfecta. ¡Mira! Tú has llegado a ser la Luz, tú te has convertido en el Sonido, tú eres tu Maestro y tu Dios. Tú eres TÚ MISMO, el objeto de tus investigaciones, la incesante VOZ que resuena a través de las eternidades, libre de cambio, exenta de pecado, los siete sonidos en uno, la VOZ DEL SILENCIO.
OM TAT SAT
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