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viernes, 24 de febrero de 2017
YOGA VASISHTHA - Valmiki - part 2
YOGA VASISHTHA - Valmiki - part 2
TERCERA CONVERSACIÓN
Continuó el Bienaventurado Våsishtha:
«Todas las cosas debes considerarlas a la luz de los Shastras y penetrar en su verdadero significado; también sacarás provecho de las enseñanzas de tu Maestro meditándolas en tu mente y con el constante empeño en desdeñar lo visible hasta que llegues a conocer al Uno invisible.
Puedes llegar a ese estado de santidad mediante la quietud, el conocimiento de los Shastras y de su doctrina, escuchando las homilías de los maestros espirituales, así como adquiriendo la convicción de que eres capaz de lograrlo.»
Dijo Rama:
«Santo instructor, tú eres el sol del día del Conocimiento espiritual; eres un fuego resplandeciente en la noche de mis dudas; eres la luna que refresca el calor de mi ignorancia. Sé suficientemente bueno como para explicarme quién tiene mayor mérito, el devoto que vive en sociedad o aquel que se retira en soledad.»
Respondió Våsishtha:
«Ambas almas son felices mientras gocen de la calma en sí mismas. Quien ve las cualidades y propiedades de las cosas como algo distinto del Espíritu, goza de una paz serena dentro de él que se llama samadhi.
El hombre de mente esclarecida que es activo en el mundo y el sabio iluminado que permanece en su retiro son semejantes en su serenidad espiritual e indudablemente han conseguido el estado de beatitud.
En la actividad o inactividad de la mente reside la única causa de la agitación o la tranquilidad de los hombres. Apremiantes deseos invaden a la mente de la vanidad que corresponde a su naturaleza, y esa es la causa de todas sus desdichas: esfuérzate, por tanto, en atenuar en todo momento tus inclinaciones mundanas.
Cuando la mente está en paz porque se ha liberado de temores, aflicciones y deseos y se establece en el reposo, ese estado se llama samadhi.
La casa de los jefes de familia que han dominado bien su mente y han abolido su sentido del egoísmo, es tan buena como la soledad de la selva, el frescor de las grutas o la paz de los bosques, oh Rama-ji.
Los hombres de mente apaciguada observan los más espléndidos monumentos urbanos con la misma mirada impasible con que contemplan los árboles de un bosque.
Quien, en su Espíritu más interior, ve el mundo en Dios, es en verdad el Señor de la humanidad.
El mundo no es, sino paz para los yoguis de mente controlada; es la Mente divina lo que manifiesta en forma de ego, y lo mismo ocurre en el mundo, aquel que ha llegado a la paz exterior e interior gracias a la práctica del Yoga y de la virtud, así como por el servicio a su Instructor, y considera al mundo como algo inseparable de Dios, ese goza del samadhi en todas partes; pero aquel que siente diferencias y
separa su ego de los demás, se ve incesantemente tambaleado por las olas arremolinadas del mar.
A aquel que cumple con su deber mediante los órganos de acción mientras guarda su mente en la meditación interior y no es afectado por la alegría o la aflicción, se le llama yogui impasible.
A aquel que contempla en calma el transcurso del mundo tal como se desarrolla o se presenta ante él y permanece sonriente pese a sus vicisitudes, se le llama yogui impasible.
Aquel que ha llegado a un desapego espiritual y a una serenidad tales, realiza la perfección suprema y le resulta indiferente ser exteriormente elevado o rebajado, vivir o morir.
Le da igual vivir entre lujos en su casa que retirado de la sociedad y guardando silencio; para él, todo eso es lo mismo.El conocimiento de la extinción de toda existencia en Dios es el único remedio capaz
de curar el error que consiste en creerse una entidad dualista separada; es el único medio de lograr la paz de la mente.
Así como el desvanecimiento de la ilusión que confundía una cuerda con una serpiente proporciona paz y alegría, la destrucción del egoísmo en Atman trae paz y calma a la mente.
Ningún deseo agita a la mente así apaciguada, como ninguna semilla germina dentro de una piedra, y los anhelos que a veces puedan manifestarse son como las olas del océano, que emergen y se sumergen en el mismo elemento.
Todo está en la mente, y la totalidad de este universo, sin división ni dualidad alguna, se encuentra en ella: es una con el Dios supremo.
Cuando se libera de su habitual inconstancia y de su acaloramiento febril, reencuentra su antigua serenidad, como la ola, al romper, retorna al estado de agua en calma del que salió.
Guiadas por su avidez, las almas pequeñas viven entre ocupaciones que las colman de preocupación, como un hervidero de insectos en el fango, y su avaricia les lleva a codiciar sólo cosas exteriores y a olvidar al Atman supremo en su interior.
Oh Rama-ji, cuando consigas contemplar la grandeza de tu Atman a la luz del santo Yoga enseñado por el ilustre Manu, descubrirás que eres más grande que el cielo y el océano juntos.
Sabe, oh príncipe bien amado, que, como el sol, que tras ocultarse a nuestros ojos no deja de enviar su luz al otro hemisferio, tu intelecto continuará alumbrando incluso después de haber transcurrido su curso en esta vida.
Libera al elefante —tu mente— de las cadenas del egoísmo y de las trabas de la avaricia.»
Cuando el bienaventurado Sabio Våsishtha hubo concluido su discurso a la Asamblea imperial, se inclinó respetuosamente en homenaje a los Yoguis y Brahmacharis6El Emperador y sus hijos le ofrecieron flores, agua y presentes. Los devas7 hicieron llover flores celestiales y todos exclamaron:
«¡Jai! ¡Jai! ¡Jai!»
CUARTA CONVERSACIÓN
Dijo Rama:
«Señor, ¿cómo podemos detener la rueda de la ilusión1 que, con su rápida rotación, constantemente muele cada parte de nuestro cuerpo?»
Dijo Våsishtha:
«Sabe, Rama, que el mundo, con su curso circular, es la gran rueda; y el corazón humano su cubo o su eje, el cual, debido a su continua rotación, produce toda esta ilusión dentro de su circunferencia. Si con tu valiente esfuerzo eres capaz de parar ese movimiento de tu corazón, detendrás al mismo tiempo la rotación de la órbita de la ilusión.
La mente que descuida este consejo se expone a una miseria sin fin, mientras que si siempre lo mantiene presente en su espíritu, evitará todas las dificultades de este mundo.
El mundo está en la mente como el aire está contenido en un recipiente, y eres el continuo prisionero de ese mundo mental imaginario que es el tuyo como una mosca encerrada en la cavidad del recipiente; no lograrás la liberación si no es escapando de ese encarcelamiento, como la mosca sale volando al aire libre. El medio de desembarazarte de esa ilusión de la mente es fijar tu atención en el momento presente y evitar que tus pensamientos se dirijan hacia hechos pasados o futuros.
La mente está oscurecida mientras la niebla de sus deseos y caprichos la envuelva, como el cielo está cubierto mientras ante él se acumulan las nubes.
Cuando en la mente se produce una actividad, se ve inevitablemente acompañada de un cortejo de deseos, así como del sentido del placer y del sufrimiento; sentimientos y pasiones forman su escolta, como merodean los cuervos cerca de un volcán extinguido.
Las almas de los sabios no carecen de actividad, pero, como conocen la vanidad de las cosas terrenas, de lo que sí carecen es de esos sentimientos que atrapan.
Han adquirido el conocimiento de la irrealidad y de la inexistencia de los objetos y hechos terrenos, y ello gracias al conocimiento de la naturaleza de las cosas y al estudio de las enseñanzas del Yoga Adhyatma que se imparten en los Satsangs y en otros lugares, y gracias también a su asiduidad con el Maestro, a su práctica de la meditación y a su vida libre de egoísmo.
Deja de lado todo lo que sea tangible o que puedas lograr con tu acción personal; permanece impasible e indiferente ante todo lo que sea del mundo, remitiéndote únicamente a tu consciencia de lo Infinito. Piensa de ti mismo que duermes cuando estás despierto; piensa de ti mismo que eres todo y uno con el Espíritu supremo.
Reverenciamos a aquellos yoguis que han conocido la naturaleza del Sí mismo y han alcanzado el estado espiritual.
A la vista de Atman, las luces de los cuerpos celestes se extinguen como velas y el resplandor del sol no es más que un débil reflejo de la Luz de las luces.
Quien conoce la verdad de Dios, ocupa un rango superior dentro de la humanidad por su autosacrificio y por la grandeza de su mente; y lo ha conseguido gracias a la práctica del Yoga.
Quienes ignoran la verdad, son más viles que los asnos y demás criaturas bestiales que viven sobre la faz de la tierra; son inferiores a los más bajos insectos escondidos en agujeros subterráneos. Con ellos no se puede contar; es preferible mantenerse alejado.
El hombre no espiritual da tumbos por esta tierra y se deja consumir por sus preocupaciones como es devorado un cadáver por las llamas de su pira funeraria; pero el yogui es consciente de su inmortalidad.
No esperes a podar con el hacha afilada de la razón el grueso tronco del árbol envenenado de la avaricia que se yergue como una montaña en la cavidad de tu corazón; corta la rama de las esperanzas y apresúrate a desbrozar las hojas del deseo.
Rama, ¡escucha lo que tu señor dice a los futuros yoguis! Ahuyenta a la mente voraz que, como un cuervo, anida en tu corazón; le gusta frecuentar los lugares hediondos, como planean los cuervos sobre los campos reservados a ritos funerarios y las cornejas eligen su vivienda allí donde reina la suciedad y se ceban comiendo la carne que se pudre en los huesos. La mente voraz utiliza sus labios, como la corneja su pico, sólo para atacar a los demás.
Sabe que la avaricia es una serpiente venenosa que, con su mortal aliento, mata a quienes le obedecen. Esa serpiente es la causa de la ruina de la humanidad.
Puesto que el Todo único está en la mente, no hay lugar para el lamento de haber perdido lo que sea.
Aquel de intención pura, que se ha consagrado a Dios y que tiene como única compañía a quienes difunden a su alrededor el conocimiento del Yoga, es tan bello como el cisne blanco entre los graciosos pájaros de un lago de ondas plateadas.
Las almas que, en esta vida, ponen su confianza en objetos mundanos, no pueden saborear verdadera felicidad. Los deseos y pensamientos de la mente determinan su nacimiento en una próxima encarnación. De ahí que el recién nacido se vea obsequiado con gran cantidad de sueño porque cree que está muerto y reposa en la noche de su muerte.
La búsqueda de la bondad y de la grandeza hace de un hombre que sea grande o bueno, de la misma manera que quien quisiera ser un Indra2, cuando duerme sueña con su propio señorío.
Una búsqueda sin reservas de la Verdad, extinguirá inmediatamente tus deseos, y la extinción de tus deseos reestablecerá la paz en tu mente.
El objetivo de la sabiduría es el conocimiento de que en el mundo no hay nada real. Los verdaderos yoguis, que colocan su progreso espiritual por encima de toda otra ganancia, que respetan tanto a la Verdad como al Instructor, que viven para la Verdad divina, tienen el poder de someter a sus órdenes su propio destino; pueden cambiar en bien todos los males y volver perpetua su prosperidad.
Quien en sí mismo percibe la omnipotencia del Espíritu infinito y hace de él su residencia, tiene la justa percepción. Quien ve a su mente como un hilo en el cual todas las cosas están ensartadas como las cuentas de un collar, tiene la justa comprensión.
Quien considera que lo que se llaman «los tres mundos» no son más que los fragmentos de su propio Sí mismo envolviéndole como las olas del mar, tiene razón.
Quien observa el frágil mundo con conmiseración y experimenta hacia la tierra la misma compasión que experimentaría si se tratara de su hermana pequeña, es sabio.»
Al llegar la hora de las oraciones de la noche, el bienaventurado Sabio terminó su
discurso; toda la asamblea se levantó y derramó flores sobre el trono de Vyasa exclamando:
«¡Jai! ¡Jai! ¡Jai!»
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