sábado, 25 de febrero de 2017

Libro La voz del Silencio ( DE LOS PRECEPTOS DE ORO) (Fragmento Tercero)



Fragmento tercero

Los Siete Portales

“UPADRA”,  la elección está hecha; estoy sediento de Sabiduría. Ahora has rasgado el velo puesto ante el Sendero secreto, y me has enseñado el Llana menor. He aquí tu siervo, dispuesto para que le guíes”.

Bien está, Srâvaka. Prepárate porque tendrás que viajar solo. El Maestro no puede hacer más que indicar el camino. El Sendero es uno solo para todos; los medios para llegar a la meta han de variar según los Peregrinos.

¿Qué escogerás oh tú de corazón intrépido? ¿El Samtan de la «Doctrina del Ojo», la cuádruple Dhyâna, o bien seguir tu camino por las Pâramaitâs,  seis en número, nobles puertas de virtud que conducen a Bodhi y a Prajna, el séptimo escalón de la Sabiduría?

El escabroso Sendero de la cuádruple Dhyâna va serpenteando hacia lo alto. Tres veces grande es aquel que sube hasta la empinada cumbre.

Las Pâramíticas alturas encuéntranse cruzadas por un sendero más escarpado todavía. Tienes que luchar disputando tu camino a través de siete Portales, a través de siete fortalezas defendidas por astutos y crueles Poderes, las pasiones encarnadas.

Ten buen ánimo, discípulo; acuérdate de la regla de oro. Una vez hayas pasado por la puerta Strôtâpatti,«el que ha entrado en la corriente»; una vez haya hollado tu pie el lecho de la corriente Nirvánica, en ésta o en alguna vida venidera, no tienes más que otros siete nacimientos ante ti, oh tú de voluntad diamantina.

Mira; ¿qué ves ante tus ojos; oh aspirante a la Sabiduria divina?

«Sobre el abismo de la materia está el manto de tinieblas; entre sus pliegues yo lucho. Bajo la mirada mía vuélvese más denso, Señor; se disipa con el movimiento de tu mano. Una sombra se agita arrastrándose a semejanza de los anillos de la serpiente que se extiende. . . Se agranda, se hincha, y desaparece en las tinieblas».

Es la sombra de ti mismo más allá del Sendero, proyectada en la lobreguez de tus pecados.

«Si, Señor; yo veo el SENDERO; con su base en el cieno y sus cimas perdidas en la gloriosa luz Nirvánica. Y ahora contemplo los cada vez más angostos portales en el áspero y espinoso camino de Gnyana.» 

Tú ves bien, lanú. Estos Portales conducen al aspirante, a través de las aguas, «a la otra orilla». Cada Portal tiene una llave de oro que abre su puerta; estas llaves son:

1. DANA, la llave de caridad y de amor inmortal.

2. SHILA, la llave de la armonía en la palabra y acción, la llave que contrabalancea la causa y el efecto, y que no deja ya lugar a la acción kármica.

3. KSHANTI, la dulce paciencia que nada puede alterar.

4. VIRAG’, la indiferencia al placer y al dolor, vencida la ilusión, percíbese la Verdad pura.

5. VIRYA, la energía impertérrita, que desde el cenegal de las terrenas mentiras, lucha abriéndose paso hacia la VERDAD suprema.

6. DHYANA, cuya puerta de oro una vez abierta, conduce al Narjol (9) hacia el reino del eterno Sat y su contemplación incesante.

7. PRAJNA, cuya llave hace del hombre un dios, constituyéndole en Bôdhisattva, hijo de los Dhyânis.

Tales son las llaves de oro de los Portales.

Antes de que puedas acercarte al ultimo Portal, oh forjador de tu libertad, tienes que hacerte dueño de estas pâramitas de perfección, las virtudes trascendentales, en numero de seis y diez, a lo largo del penoso Sendero.

Porque, oh, discípulo, antes que te halles en disposición de encontrarte con tu Preceptor cara a cara, con tu MAESTRO frente a frente, ¿qué se te ha dicho?

Antes que puedas tu acercarte a la primera puerta, tienes que aprender a separar tu cuerpo de tu mente, a disipar la sombra, ya vivir en lo eterno. Para ello has de vivir y alentar en todo, como en ti alienta cuanto ves; has de sentirte residiendo en todas las cosas, ya todas las cosas en el Yo.

No permitirás que tus sentidos hagan de tu mente un sitio de recreo.

No separarás tu ser del SER y de los otros seres; antes sumirás el Océano en la gota, y la gota en el Océano.

Así estarás en perfecta armonía con todo cuanto vive; amarás a los hombres, como si fuesen todos ellos tus compañeros y hermanos, discípulos de un mismo Maestro, hijos de una misma tierna madre.

Los instructores son muchos, el ALMA-MAESTRO es una Alaya, el Alma Universal. Vive en aquel MAESTRO, como SU rayo vive en ti. Vive en tus compañeros, como viven ellos en ÉL.

Antes que puedas tu poner los pies en el umbral del Sendero; antes de cruzar la primera Puerta, tienes que fundir a los dos en el Uno y sacrificar lo personal al YO impersonal, destruyendo así el «sendero» que hay entre los dos: Antaskarana.

Debes hallarte preparado para responder al Dharma, la ley inflexible, cuya voz te preguntará al dar tu primer paso, tu paso inicial :

«¿Te has conformado con todas las reglas, oh tú de esperanzas sublimes?»

«¿Has puesto a tono tu corazón y tu mente, con la gran mente y el corazón de la humanidad entera? Porque así como en la rugiente voz del Río sagrado resuenan a manera de ecos los sonidos todos de la Naturaleza, así también el corazón de aquel que pretenda entrar en la corriente, debe vibrar respondiendo a cada suspiro y pensamiento de todo cuanto vive y alienta. »

Los discípulos pueden compararse a las cuerdas de la Vina, eco del alma; la humanidad a su caja armó­nica; la mano que la pulsa, al soplo melodioso de la GRAN ALMA DEL MUNDO. La cuerda que no responde a la pulsación del Maestro, en dulce armonía con todas las demás, se rompe y se la arroja. Así deben ser las mentes colectivas de los Lanús-Sravakas.

Tienen que estar acordes con la mente del Upadya, unificarse con la Super-Alma, o separarse de una vez

Esto último es lo que hacen los «Hermanos de la Sombra», los destructores de sus almas, la espantable región de los Dag-Dugpa.

¿Has puesto a tono tu ser con el gran dolor de la Humanidad, oh candidato a la Luz?

¿Sí…? Entonces puedes entrar. Sin embargo, antes de poner el pie en el triste Sendero de Dolor, es bien que conozcas primero las asechanzas dispuestas en tu camino.

Armado con la llave de Caridad, de amor y tierna compasión, (14) seguro estás ante la puerta de Dâna, la puerta que haya la entrada del SENDERO.

¡Mira, peregrino feliz! El portal que tienes frente ti es alto y anchuroso: parece de fácil acceso. El ca­mino que lo atraviesa es recto, liso y lleno de verdor. Aseméjase a un claro de sol en las sombrías profun­didades de la selva, es un punto de la tierra reflejado, el paraíso de Amitabha. Ruiseñores de esperanza y aves de irisado plumaje trinan allí, en las verdes enramadas, cantando victoria a los intrépidos peregrinos. Cantan las cinco virtudes de los Bôdhissattvas, la quíntuple fuente del poder Bodhi y los siete escalones del Conocimiento.

¡Pasa adelante! Pues contigo has traído la llave; tú estás seguro.

Hacia la segunda puerta verdece también el camino. Pero es muy escabroso y va serpenteando hacia arriba; sí, hasta la roqueña cúspide. Nieblas grises se cernerán sobre su áspera y peñascosa cima, y más allá todo quedará oscuro. Según va ascendiendo el peregrino, resuena más y más débil en su corazón el canto de esperanza. El estremecimiento de la duda amenaza apoderarse de él; su paso es menos firme.

¡Cuidado con ello, candidato! Precávete del pavor que va extendiéndose, a semejanza de las negras y silenciosas alas del murciélago de la medianoche, entre el claro de luna de tu alma y tu grandiosa meta que allá en lontananza se vislumbra.

El temor, discípulo, mata la voluntad y paraliza toda acción. Si de la virtud Shîla está falto, el peregrino tropieza y guijarros kármicos lastiman sus pies en el pedregoso sendero.

Ten seguro el pie, candidato. Baña tu alma en la esencia del Kshanti pues ya te acercas al portal de este nombre, la puerta de fortaleza y paciencia.

No cierres los ojos, no apartes la vista del Dorje; (18) las saetas de Mara hieren siempre al hombre que no ha alcanzado el Virâga.

Guárdate de temblar. Con el hálito del miedo se enmohece la llave de Kshanti; la llave enmohecida resiste a abrir la cerradura.

Cuanto más avances, tantos más lazos encontrarán tus pies. El sendero que a la meta conduce está iluminado por una luz única, la luz del arrojo, que arde en el corazón. Cuanto más osa uno, tanto más obtendrá. Cuanto más teme, tanto más palidecerá aquella luz, la única que puede guiarle. Porque así como el último rayo de sol que resplandece en la cumbre de una gran montaña, al desvanecerse va seguido de la negra noche, otro tanto acontece con la luz del corazón. Cuando ésta se extinga, una sombra negra y amenazadora caerá de tu propio corazón sobre el sendero, y el terror clavará en el suelo tus plantas.

Precávete, discípulo, contra esta sombra letal. Ninguna luz irradiada del Espíritu es bastante para disipar las tinieblas del alma inferior, a menos que de ella haya desaparecido todo pensamiento egoísta, y que el peregrino diga: «yo he renunciado a esta forma pasajera; he destruido la causa; las sombras proyectadas, como efectos que son, no pueden existir ya más». Porque ahora ha estallado el grande y último combate, la lucha final entre el Yo Superior y el Inferior. Mira, el campo de batalla mismo se halla ahora absorbido en la gran guerra, y no existe ya.

Pero una vez has pasado la puerta de Kshanti, está dado ya el tercer paso. Tu cuerpo es esclavo tuyo. Prepárate ahora para el cuarto, el Portal de tentaciones que tiende lazos al hombre interno.

Antes que puedas aproximarte a la meta, antes de alzar la mano para levantar la aldaba de la cuarta puerta, tienes que haber dominado en tu yo todos los cambios mentales y matado al ejército de sensaciones y de pensamientos, que, sutiles e insidiosos, deslízanse inadvertidos dentro del radiante sagrario del alma.

Si no quieres tú ser matado por ellas, debes hacer inofensivas tus propias creaciones, las hijas de tus pensamientos, invisibles, impalpables, que pululan en torno del género humano, progenie y herederos del hombre y de sus despojos terrenales. Has de considerar la vacuidad de lo aparentemente lleno, la plenitud de lo aparentemente vacío. Mira, intrépido aspirante, al fondo más recóndito de tu propio corazón, y responde. ¿Conoces los poderes del Yo, tú que percibes sombras exteriores?

De no ser así, estás perdido.

Porque en el cuarto Sendero la más leve brisa de pasión o deseo agitará la luz tranquila sobre los muros blancos y limpios del alma. La más ligera oscilación de anhelo o pesadumbre por los ilusorios dones de Maya, en el trayecto del Antaskarana -el sendero que hay entre tu Espíritu y tu yo, el camino real de las sensaciones, rudos despertadores del Ahankara-, un pensamiento cualquiera, tan rápido como el rayo, te hará perder tus tres premios, los premios que has ganado.

Pues sabe que lo ETERNO no conoce cambio alguno.

«Aléjate para siempre de las ocho espantables miserias. De no hacerlo, con seguridad no puedes tú llegar a la sabiduría, ni aun a la liberación», dice el gran Señor, el Tathágata de perfección, «aquel que ha seguido las huellas de sus predecesores».

Rígida y exigente es la virtud del Virâga. Si su sendero quieres ganar, debes mantener tu mente y tus percepciones mucho más libres que antes de matar la acción.

Tienes que saturarte de pura Alaya, llegar a identificarte con el Alma-Pensamiento de la Naturaleza. Aunado con ella, eres invencible; de ella separado, te conviertes en sitio de recreo del Samvriti, origen de todas las ilusiones del mundo.

Todo es impermanente en el hombre, excepto la pura y brillante esencia de Alaya. El hombre es su rayo cristalino; un rayo de luz inmaculada en lo interior, una forma de barro material en la superficie inferior. Aquel rayo es el guía de tu vida y tu verdadero Yo, el Vigilante y Pensador silencioso, la víctima de tu yo inferior. No puede tu alma ser herida sino a través de tu cuerpo sujeto al error; reprime y domina a los dos, y podrás cruzar seguro la cercana «Puerta de la Balanza».

Ten buen ánimo, osado peregrino que «a la otra orilla» te diriges. No hagas caso de los murmullos de las legiones de Mara; ahuyenta a los tentadores, los aviesos espíritus, los envidiosos Lhamayin del espacio sin límites.

¡Mantente firme! Te acercas ya al Portal del centro, la puerta de Angustia, con sus diez mil asechanzas.

Subyuga tus pensamientos, tú que luchas por la perfección, si pretendes atravesar sus umbrales.

Subyuga tu alma, tú que vas en busca de verdades inmortales si a la meta quieres llegar .

Concentra la mirada de tu alma en la Luz una y pura, en la Luz inmutable y haz uso de tu Llave de oro.

Ha llegado a tu término la penosa tarea; tus trabajos han casi concluido. Muy poco falta para llegar al otro lado del inmenso abismo que abría sus fauces para tragarte.

Has atravesado ya el foso que rodea la puerta de las humanas pasiones. Has vencido ya a Mara y su legión furiosa.

Has extirpado de tu corazón la podredumbre y lo has sangrado de todo deseo impuro. Mas no ha concluido todavía tu tarea, glorioso combatiente. Construye alto, lanú, el muro que circundará la Isla Santa, el dique que protegerá tu mente del orgullo y de la satisfacción, al pensar en la grande hazaña llevada a cabo.

Un sentimiento de orgullo echaría a perder la obra. Sí, constrúyelo fuerte, no sea que, en su furioso embate, las olas que suben al asalto y baten la orilla desde el océano del gran Mundo de Maya, traguen al peregrino y la isla; sí, aun después de haber conseguido la victoria.

Tu «Isla» es el ciervo, tus pensamientos los galgos que le fatigan y acosan en su carrera hacia la corriente de Vida. ¡Ay del ciervo que es alcanzado por los demonios ladradores antes de llegar al valle del Refugio -Dhyân Mârga- llamado «sendero» del Conocimiento puro!»

Antes que puedas establecerte en el Dhyân Mârga y llamarlo tuyo, tiene que llegar a ser tu alma como el mango maduro, tan dulce y suave como su dorada y brillante pulpa para los dolores ajenos, tan dura como el hueso del fruto para tus propios duelos e infortunios, oh conquistador de Felicidad y Miseria.

Fortalece tu alma contra las asechanzas del Yo, hazla merecedora del nombre de «Alma Diamante».

Porque así como el diamante profundamente sepultado en el palpitante corazón de la tierra, no puede jamás reflejar las luces terrenas, así también tu mente y tu alma, una vez ha penetrado en el Dhyân Mârga, no deben reflejar cosa alguna del ilusorio reino de Maya.

Una vez llegado tú a tal estado, los Portales que has de conquistar en el Sendero abren de par en par sus puertas para dejarte franco el paso, y los más formidables poderes de la Naturaleza no tienen fuerza ninguna para detener tu curso. Tú serás dueño del séptuplo Sendero; mas no antes de entonces, oh candidato a pruebas indecibles.

Hasta entonces, te espera un trabajo mucho más arduo; tienes que sentirte a ti mismo TODO PENSAMIENTO, y sin embargo, tienes que desterrar todos los pensamientos de tu alma.

Has de alcanzar una fijeza de mente tal, que ninguna brisa, ni aun el viento impetuoso, puedan lanzar en ella un pensamiento terreno. Así purificado, el sagrario debe estar vacío de toda acción, de todo sonido o luz mundanales; así como cae exánime la mariposa en el umbral, sorprendida por el cierzo helado, así también todos los pensamientos terrenos deben caer muertos ante el templo.

Míralo escrito:

«Antes que la llama de oro pueda arder con una luz inalterable, ha de permanecer la lámpara bien guardada en un lugar al abrigo de todo viento». Expuesto a la variable brisa, oscilará el haz luminoso, y la trémula llama proyectará sombras engañosas, negras y siempre cambiantes sobre el blanco santuario del alma.

Y entonces, oh tú, perseguidor de la Verdad, tu Mente-Alma vendrá a ser a manera de un elefante loco que se enfurece en la selva. Tomando los árboles por enemigos vivientes, perece al intentar herir las sombras siempre mudables, que danzan en el muro de rocas que el sol ilumina.

Ten cuidado, no sea que, en su solicitud por el YO, resbale tu alma en el suelo del conocimiento Dévico.

Ten cuidado, no sea que, dando al olvido el YO, pierda tu alma el dominio sobre su temblorosa mente y con ello el derecho al legítimo goce de sus triunfos.

¡Ten cuidado con el cambio! Porque el cambio es tu gran enemigo. Este cambio te vencerá por completo, y te rechazará del Sendero que recorres, hundiéndote en los profundos y cenagosos pantanos de la duda.

Prepárate, y está prevenido con tiempo. Si en la tentativa sucumbes, oh combatiente intrépido, no te descorazones a pesar de ello: sigue luchando, y vuelve de nuevo a la carga una y otra vez.

El guerrero intrépido, perdiendo su preciosa vida con la sangre que fluye a borbotones de sus anchas y abiertas heridas, arremeterá aun contra el enemigo, le arrojará de su fortaleza, y le vencerá antes que él mismo expire. Obrad así, pues, todos vosotros, los que vísteis malograda vuestra empresa y sufrís; obrad como él, y de la fortaleza de vuestra alma arrojad todos vuestros enemigos -ambición, cólera, odio y hasta la sombra misma del deseo-, aun cuando hayáis sucumbido.

No olvides, tú, que por la liberación del hombre peleas, que cada fracaso es triunfo, que cada esfuerzo sincero alcanza con el tiempo su galardón. Los tallos de los santos gérmenes que brotan y se desarrollan invisibles en el alma del discípulo, se robustecen a cada nueva tentativa, dóblanse como juncos, pero jamás se quiebran, ni pueden nunca echarse a perder. Antes bien, florecen cuando llega la hora.

Pero si tú viniste preparado, no abrigues temor alguno.

De aquí en adelante es enteramente recto tu cami­no por la puerta Virya, el quinto de los siete Portales. Ahora estás en la vía que conduce al puerto de Dhyâna, el sexto, el portal Bodhi.

La puerta Dhydna es como un vaso de alabastro, blanco y diáfano; arde en su interior un áureo fuego inalterable, la llama de Prajna, que emana del Atman.

Tú eres aquel vaso.

Tú, tú mismo te has apartado de los objetos de los sentidos; tú has viajado por el «Sendero de visión», por el «Sendero de audición», y te encuentras en la luz del Conocimiento. Tú has llegado ya al estado de Titiksha. 

Oh Narjol, tú estás en salvo.

Sabe tú, Conquistador de pecados, que en cuanto un Sowani ha cruzado el séptimo Sendero, la Naturaleza entera se estremece de gozoso temor, y se siente subyugada. La estrella argentina comunica con su centelleo la nueva feliz a las flores nocturnas; el arroyuelo, con el rumor de sus ondas, trasmite la noticia a los guijarros; los bramidos de las oscuras olas del océano lo participarán a las rocas que la marea bate, cubriéndolas de espuma; las perfumadas brisas lo cantarán a los valles, y los majestuosos pinos murmurarán misteriosamente: «Ha aparecido un Maestro, un MAESTRO DEL DÍA».

Yérguese ahora él como blanca columna hacia el Occidente, y sobre su faz el sol naciente del pensa­miento eterno derrama sus primeras y más gloriosas ondas. Su mente, parecida a un mar tranquilo y sin orillas, se extiende por el espacio sin límites. En su potente diestra tiene él la vida y la muerte.

Sí, Él es poderoso. El poder viviente que ha quedado libre en él, aquel poder que es ÉL MISMO, puede elevar el tabernáculo de la ilusión por encima de los dioses, por encima del gran Brahma e Indra. ¡Ahora alcanzará él con seguridad su gran recompensa!

¿No empleará acaso los dones que ésta le confiere, para su propio reposo y bienaventuranza, sus bien ganadas felicidad y gloria, él, el vencedor de la gran Ilusión?

¡No, en manera alguna, oh tú, candidato al oculto saber de la Naturaleza! Si quiere uno seguir las huellas del santo Tathâgata, estos dones y poderes no son para sí mismo.

¿Pretenderás acaso poner un dique a las aguas nacidas en el Sumerú?  ¿Torcerás la corriente en tu propio beneficio, o la harás retroceder a su fuente primitiva, a la largo de las sumidades de los ciclos?

Si deseas tú que el raudal del penosamente ganado conocimiento, de la Sabiduría nacida del cielo, sea de aguas dulces y corrientes, no has de permitir que se convierta en cenagosa charca.

Sabe que si quieres llegar a ser cooperador de Amitâbha, la «Edad sin fin», debes, a manera de los Bôdhisattvas gemelos,  difundir la luz adquirida sobre toda la extensión de los tres mundos.

Sabe que la corriente del conocimiento sobrehumano y de la sabiduría Dévica que has adquirido, debe, desde ti mismo, canal de Alaya, ser vertida en otro cauce.

Sábelo, Narjol, tú del Sendero secreto: sus frescas y puras aguas tienen que servir para endulzar las olas amargas del océano, aquel inmenso mar de dolores formado de lágrimas humanas.

¡Ah! Una vez hayas venido a ser como la estrella fija en los más altos cielos, desde las profundidades del espacio aquel astro celeste y refulgente ha de brillar para todos, menos para ti mismo: da luz a todos, pero no la tomes de nadie.

¡Ah! En cuanto llegues a ser como la pura nieve de los valles de las montañas, fría e insensible con relación al tacto, cálida y protectora para la semilla que duerme profundamente bajo su seno…, esta es aquella nieve que ha de recibir la helada mordicante, las rachas del norte, protegiendo así de sus afilados y crueles dientes la tierra que guarda la esperada cosecha, la cosecha que alimentará al hambriento.

Condenado por ti mismo a vivir durante los venideros Kalpas,(36) inadvertido para el hombre y sin que te lo agradezcan; incrustado a guisa de piedra entre las otras innumerables piedras que forman el «Muro protector», tal es tu porvenir si pasas por la séptima puerta. Construido por las manos de numerosos Maestros de Compasión, levantado con sus tormentos, cimentado con su sangre, protege a la humanidad desde que el hombre es hombre, protegiéndola contra nuevas miserias y sufrimientos mucho mayores.

Con todo, el hombre no lo ve, ni lo percibirá, ni querrá escuchar la palabra de la Sabiduría… porque no lo conoce.

Pero tú lo has oído, tú lo sabes todo, oh tú de alma ansiosa y sincera… y tú has de escoger. Por lo tanto, atiende aún otra vez.

En el Sendero del Sowán oh Srôtâpatti, tú estás en seguridad. Sí, en aquel Marga en donde no encuentra más que tinieblas el fatigado peregrino; en donde, desgarradas por los espinos y abrojos, las ma­nos gotean sangre y los pies son heridos por enhiestos y agudos pedernales, y en donde Mara esgrime sus más poderosas armas, allí hay un gran galardón, inmediatamente más allá.

Tranquilo e impasible, deslízase el peregrino siguiendo la corriente que conduce al Nirvana. Sabe él que, cuanto más sangren sus pies, tanto más limpio y purificado quedará. Sabe bien que, después de siete nacimientos breves y pasajeros, el Nirvana será suyo.

Tal es el Sendero de Dhyana, el puerto del Yogui, la gloriosa meta anhelada por los Srôtâpattis.

No es así cuando él ha cruzado y ganado el Sendero Aryahata.

Allí el K/esha  queda destruido para siempre, las raíces del Tanha están arrancadas. Pero aguarda, discípulo…Una palabra todavía. ¿Puedes tú aniquilar COMPASIÓN divina? La compasión no es un atributo. Es la LEY de las LEYES, la Armonía eterna, el YO de Alaya; una esencia universal e infinita, la luz de la eterna Justicia y el concierto de todas las cosas, la ley del Amor perdurable.

Cuanto más te identifiques con ella, fundiendo tu ser en su SER, cuanto más se una tu alma con aque­llo que ES, tanto más te convertirás en COMPASIÓN ABSOLUTA.

Tal es el sendero de Arya, el sendero de los Budas de Perfección.

Por otra parte, ¿cuál es el significado de los rollos de la Escritura sagrada, que te hacen decir las siguientes palabras?

«¡OM! Yo creo que no todos los Arhats logran la dulce fruición del sendero Nirvánico».

«¡OM! Yo creo que no todos los Buddhas  entran en el Nirvana-Dharma».

«Sí, en el Sendero Arya tú no eres ya un Srôtâpatti; eres un Bôdhisattva.(46) La corriente está ya atravesada.

Verdad es que tú tienes derecho a la vestidura Dharmakaya; pero el Sambhogakaya es el más grande que el Nirvánico, y más grande aún es el Nirmanakaya, el Buddha de Compasión».

Ahora inclina la cabeza, y escucha atentamente, oh Bôdhisattva; habla la Compasión y dice: ¿Puede haber bienaventuranza cuando todo la que vive ha de sufrir?

¿Te salvarás tú y oirás gemir al mundo entero?»

Has oído ya lo que se ha dicho.

Llegarás al séptimo escalón, y cruzarás la puerta del conocimiento final, pero será tan sólo para desposarte con el dolor: si deseas tú ser Tathagata, sigue las huellas de tu predecesor, muéstrate lleno de abnegación hasta el fin interminable.

Estás ya iluminado. Elige tu camino.

Contempla la suave luz que inunda el cielo de Oriente. Los cielos y la tierra entonan juntos himnos de alabanza. y de los cuádruples Poderes manifesta­dos, elévase un canto de amor, así del Fuego flamígero, como del Agua fluente, y así de la Tierra de suave perfume, como el Aire impetuoso.

¡Escucha!… Desde el vórtice profundo e insondable de aquella áurea luz en que se baña el Vencedor, elévase la inarticulada voz de la NATURALEZA ENTERA pregonando con mil acentos:

REGOCIJÁOS, HOMBRES DE MYALBA. 

UN PEREGRINO HA VUELTO «DE LA OTRA ORILLA»

HA NACIDO UN NUEVO ARHÁN…

PAZ A TODOS LOS SERES. . .

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