viernes, 24 de febrero de 2017

YOGA VASISHTHA - Valmiki - part 4


SÉPTIMA CONVERSACIÓN

Dijo el príncipe Rama:

«Dime ahora, Señor, cómo puede conseguir la liberación un ignorante o un perezoso, un débil que nunca haya frecuentado a yoguis ni haya recibido ninguna instrucción espiritual.»

Respondió Våsishtha:

«Oh Rama, el ignorante que nunca ha alcanzado ninguno de los grados del Yoga es arrastrado por la corriente de la reencarnación a través de centenares de nacimientos, hasta que en un nacimiento u otro tenga ocasión de adquirir la luz espiritual. Puede ocurrir también que, con el trato de santos, llegue a sentirse insatisfecho del mundo y que eso le conduzca a un grado de Yoga.
Oh Rama-ji, ¡destruye la sensualidad! Ese es el primer grado. ¿Por qué utilizar muchas palabras cuando se puede expresar con pocas?
El deseo es nuestra principal esclavitud, y su ausencia nuestra completa liberación.
Quien posee un sentido tenaz del egoísmo jamás se libera de los sufrimientos de la vida; es la negación de ese sentimiento lo que proporciona la liberación.
Quienes están atados a los placeres piensan que la beatitud del nirvana no es nada; prefieren la mundanalidad a la felicidad definitiva que otros han realizado, y quien así se comporta es declarado hombre activo y enérgico.
Semejante hombre mundano se parece a una tortuga, que recogiendo la cabeza bajo su caparazón, la saca a veces para beber el agua salada del mar donde habita; permanece en la misma condición hasta que logra, tras muchos nacimientos, una vida mejor, orientada hacia su salvación.



Pero quien reflexiona sobre la nada del mundo y sobre la mísera posición que en ella ocupa no permite que la corriente de las actividades que día tras día ha ejercido le arrastre ahora.Cuando un hombre empieza a pensar de qué manera podría sustraerse de las pasiones y atravesar el tumultuoso océano del mundo es como si recuperara sus sentidos.
Quien desprecia las fatuas distracciones y las mediocres actividades de los hombres, quien se entrega a actos meritorios en vez de insistir en los defectos e imperfecciones ajenos, quien compromete su mente en actividades útiles sin causar perjuicio a nadie y se muestra indiferente ante todo placer y gozo corporal, quien mantiene conversaciones amistosas y compasivas y pronuncia las palabras oportunas en el lugar adecuado, de un hombre así se dice que se halla en el primer estadio del Yoga. Para él es un deber buscar la sociedad de los buenos y moldear en ella pensamientos, palabras y actos.
Se hace con libros sobre la filosofía divina y los estudia con diligencia; medita su contenido y retiene las doctrinas que tienen el poder de salvarle del mundo depravado.
Llega entonces al segundo grado del Yoga, llamado estadio de la búsqueda.
Escucha de los labios de los pandits tradicionales la explicación de los Shrutis y de los Smritis, las reglas de buena conducta y los métodos de meditación y de práctica del Yoga.
Se despoja de su porte exterior de orgullo y de vanidad, así como de su envidia y de su avaricia, como se despoja una serpiente de su antigua piel. Habiendo purificado así su mente, se dedica con devoción al servicio de los instructores espirituales y de los santos que le descubren los misterios de la filosofía del Yoga. Accede entonces al tercer estadio.
Aprende a que su mente se establezca en la perseverancia conforme a las enseñanzas del Yoga, y consagra su tiempo a conversaciones sobre temas espirituales y a buenas acciones hacia los demás.
El hombre dotado de sabiduría que ha llegado hasta este tercer estadio permanece en un estado de consciencia independiente tanto de la objetividad como de la subjetividad.
Se ha liberado del sentimiento de ser, bien el sujeto o bien el objeto de sus actos.
Sabe que toda unión acaba en desunión y toda ganancia terrenal en pérdida; gracias a esa convicción y a la práctica continua de la meditación y de la virtud llega con certeza a conocer a Dios dentro de sí con la claridad con que se ve un fruto en la palma de la mano.
El conocimiento del Autor supremo de la Creación le penetra de la segura convicción de no ser ‘yo’, sino Dios, quien hace todo en el mundo.Habiendo renunciado a su sentido de individualidad, un hombre así ya no está apegado a nada en el mundo.
El contento es un agradable perfume en la mente y los actos virtuosos son tan bellos como pétalos de rosa. La flor del discernimiento interior se abre como un capullo de loto bajo los efectos de los rayos del sol de la razón y produce un fruto de santidad en el jardín del tercer estadio de la práctica del Yoga.
El cumplimiento, incluso parcial, de estos grados del Yoga Adhyatma es suficiente para anular el mal karma del pasado.
A estos tres estadios, oh Rama-ji, se les llama en conjunto estado despierto, porque el yogui conserva en él la percepción de las diferencias entre las cosas.
Un yogui así merece veneración; únicamente realiza acciones justas; él cumple con constancia sus deberes sociales.
Quien ha consagrado su mente al Yoga con un celo total e inquebrantable y ve todas las cosas en una misma luz se considera que ha alcanzado el cuarto estadio del Yoga.
Cuando el error de la dualidad se ha desvanecido y el conocimiento de la unidad interior brilla con resplandor soberano, el yogui se encuentra en ese cuarto estadio, y observa al mundo como una visión de su sueño.
El quinto estadio es un grado de inmensa felicidad, que no es otra que la felicidad de la visión de Dios en todas partes, oh Rama-ji. El yogui se alza por encima de eso y, descendiendo a través de su mente a las regiones inferiores —¡un gran sacrificio sin duda!— sirve en los demás a su propio Sí mismo.
El sexto es el estadio de la liberación en vida, oh Rama-ji, en el que ambas, unidad y dualidad, desaparecen. Quien lo alcanza se sumerge en el éxtasis divino dentro y fuera de sí y se halla en posesión de poderes superiores; sin embargo, parece humilde a primera vista.
El séptimo estadio es imposible de describir con palabras y supera los límites de la tierra y del cielo. De él se dice que es parecido al estado de Shiva y Brahma.»



 artista: Kailash Raj


OCTAVA CONVERSACIÓN
Dijo el príncipe Rama:

«Señor, tus palabras suscitan en mi mente una duda semejante a una nube otoñal, y te ruego que la disipes.
Dime, Señor, tú que posees perfectamente el conocimiento espiritual, ¿por qué a los cuerpos de los liberados en vida no se les ve subir a los cielos?»

Respondió el bienaventurado Våsishtha:

«Debes saber, oh Rama, que el poder de subir a los cielos y volar por los aires pertenece de forma natural a todas las criaturas voladoras, como los insectos y los pájaros.
Los diversos movimientos que uno ve producirse en las diferentes direcciones se acuerdan con las tendencias naturales de los cuerpos y no son deseados por el yogui liberado.
Volar por los aires no representa nada deseable para el yogui liberado en vida. Personas no espirituales, no liberadas e ignorantes pueden adquirir fácilmente el poder de volar mediante procedimientos físicos artificiales, como mantras y otras prácticas del Yoga inferior.
Volar no es la ocupación del yogui espiritual, que no se interesa más que por el conocimiento del Espíritu; se contenta con su conocimiento espiritual y con la unión con lo Supremo sin mezclarse con las prácticas de los ignorantes y falsos Hatha-Yoguis.
Sabe que toda tendencia terrenal está engendrada por la ceguera espiritual. ¿Sería, pues, un verdadero yogui aquel que se sumergiera en esa ignorancia grosera?¡Quien siga semejante carrera, con el bienestar temporal como meta, debe de estar ciego respecto a su futuro bienestar!
Mediante mantras y otros métodos es posible, tanto para el sabio como para el ignorante, adquirir el poder de volar por los aires; pero el verdadero yogui se mantiene a distancia de esas cosas y no las desea; encuentra el contento en sí mismo y el descanso en Brahman.
Permanece impasible en todo tiempo de la misma manera que el océano no se ve en ningún modo afectado por los muchos ríos que desembocan en él, y prosigue su adoración y su meditación sobre el Espíritu divino que reside en su propia mente.»

El príncipe Rama se prosternó a los pies de su Maestro, y el bienaventurado
Våsishtha le bendijo besándole la cabeza, y continuó:

«Sabe, oh noble Príncipe, que el ser poseído por la mente es la causa de las desdichas, y que extinguirla en Dios es la fuente de la felicidad.
La mente asaltada por vanos deseos, a causa de los objetos perecederos, está sujeta a repetidos nacimientos, que son fuente de aflicciones sin fin; mientras que aquella que es penetrada por cualidades caritativas desea el mayor bien para todos los seres y se ha liberado de las angustias de los renovados nacimientos en este mundo de dolor.
El cuerpo es semejante a un árbol revestido por las plantas trepadoras de sus acciones; en cuanto a la avaricia, es como una enorme serpiente que se enrolla alrededor de su tronco, mientras que nuestras pasiones y deseos son los pájaros que en él anidan.
El mundo no es sino una creación de nuestra imaginación, como los niños imaginan que un duende se oculta en la oscuridad. Nuestro conocimiento de los objetos es tan engañoso como la apariencia del movimiento de una montaña para el pasajero de un barco. Todas las apariencias son manifestación del error o de la ignorancia, y se disipan al adquirir el justo conocimiento.
Oh Rama, discípulo bien amado, deja las cosas materiales y busca el Uno universal, fundamento de toda existencia. Aprende a conocer esa Unidad como totalidad de todos los seres y como Uno único digno de adoración.
Piensa que todos los cuerpos pertenecen a la Unica Esencia común y goza de la completa beatitud dándote cuenta de que tú eres ella, que abarca todo el espacio.
Aquel en quien se disuelve toda existencia finita permanece en Sí mismo sin cambio; quien Lo conozca en su propio Sí mismo no puede sufrir dolor, sino gozar de la completa beatitud en Él.
Todas las cosas creadas se perciben en el espejo de Su inteligencia como las sombras de los árboles de la ribera de un río se reflejan en las limpias aguas que transcurren a sus pies.Es más brillante que la cosa más brillante, más oscuro que la más oscura; Él es la base de toda sustancia y sobrepasa por todas partes la extensión del espacio.
Príncipe bien amado, con ardor esfuérzate en residir en ese supremo estado de felicidad, el más alto que el hombre puede desear. Por tanto, oh Rama-ji, sé profundamente sabio, aunque sincero y dulce en tu conversación. Observa todas las cosas en la única e inmutable luz de Atman; que en tu mente no entre ni el temor a la esclavitud ni la impaciencia por la liberación. Vive en la verdad, en la meditación, y escucha con reverencia las enseñanzas sagradas que salen de mis labios o de cualquier otra fuente.
Es necesario escuchar los Shastras y comentarlos, oh Rama, porque inculcan los textos sagrados con dulzura e infunden en la mente el delicioso bálsamo del verdadero conocimiento.
De la misma manera que podemos percibir los rayos del sol que bañan los muros de una casa gracias a nuestros órganos visuales, así la luz del conocimiento espiritual penetra en la mente de los hombres, cuando escuchan los Shastras, gracias a sus oídos.
Es la enseñanza que mejor nos ofrece el conocimiento de la Verdad y es el verdadero conocimiento el que nos proporciona la serenidad que nos permite dormir en el olvido del despierto y tumultuoso mundo.»

El príncipe Rama se inclinó ante el Sabio iluminado y dijo:

«Oh Señor bienaventurado, me eres más querido que mi propia vida; tu presencia y tu palabra han hecho brotar de este lugar dulces gotas de alegría y santidad; ¡en verdad, la compañía de los virtuosos es la felicidad suprema del hombre!»

El rey, la reina y los ministros se levantaron en señal de veneración, tocaron los pies del bienaventurado Sabio, le ofrecieron flores, agua y presentes y él, bendiciéndoles, les dijo:
«¡Om Tat Sat! ¡Shanti! ¡Shanti! ¡Shanti!»

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