miércoles, 22 de febrero de 2017

El Libro de los Secretos (Osho) CAPITULO IX

Capítulo 9 
Técnicas para Centrarte. (PRIMER ESCRITO)
Los Sutras 
13 O imagina que los círculos de cinco colores de la cola del pavo real son tus cinco sentidos en el espacio ilimitable. 
Ahora deja que su belleza se funda por dentro. 
Del mismo modo, con cualquier punto del espacio o de una pared: hasta que el punto se disuelva. Entonces tu deseo de otro se hace realidad. 

14 Pon toda tu atención en el nervio, delicado como el estambre del loto, del centro de tu columna vertebral. Así, sé transformado. El hombre nace con un centro, pero permanece completamente inconsciente de él. El hombre puede vivir sin conocer su centro, pero el hombre no puede existir sin un centro. 

El centro es el nexo entre el hombre y la existencia; es la raíz. Puede que no lo conozcas, el conocimiento no es esencial para que exista el centro, pero si no lo conoces vivirás una vida desarraigada, como si estuvieras desarraigado. 
No sentirás ninguna base, no te sentirás cimentado; no te sentirás en casa en el universo. Estarás sin hogar. 
Por supuesto, el centro está ahí, pero al no conocerlo, tu vida irá a la deriva: no tendrá sentido, estará vacía, sin llegar a ninguna parte. Te sentirás como si estuvieras viviendo sin vida, a la deriva, simplemente esperando a la muerte. 
Puedes seguir posponiendo de un momento a otro, pero sabes muy bien que ese posponer no te llevará a ninguna parte. Simplemente estás pasando el tiempo, y esa sensación de profunda frustración te seguirá como una sombra. 
El hombre nace con un centro, pero no con el conocimiento del centro. Ese conocimiento hay que obtenerlo. Tú tienes el centro. El centro está ahí; no puedes existir sin él. ¿Cómo vas a poder existir sin un centro? ¿Cómo vas a poder existir sin un puente entre tú y la existencia?.., o si te gusta la palabra: «Dios». 
No puedes existir sin un nexo profundo. Tienes raíces en lo divino. Vives cada momento a través de esas raíces, pero esas raíces son subterráneas. Igual que con cualquier árbol, las raíces son subterráneas; el árbol no es consciente de sus propias raíces. Tú también tienes raíces. Ese enraizamiento es tu centro. 
Cuando digo que el hombre nace con él, quiero decir que existe una posibilidad de que tomes conciencia de tu enraizamiento. 
Si tomas conciencia, tu vida se vuelve real; de otra forma, tu vida será como un dormir profundo, un sueño. 
Lo que Abraham Maslow ha llamado «autorrealización» no es, en realidad, más que volverte consciente de tu propio centro, desde el que estás conectado con el universo total, volverte consciente de tus raíces: no estás solo, no eres atómico, formas parte de esta totalidad cósmica. 
Este universo no es un mundo ajeno. 
No eres un extraño, este universo es tu hogar. 
Pero, a no ser que encuentres tus raíces, tu centro, este universo sigue siendo ajeno, extraño. 
Sartre dice que el hombre vive como si hubiera sido arrojado al mundo. Por supuesto, si no conoces tu centro sentirás un arrojamiento, como si hubieras sido arrojado al mundo. 
Eres un extraño; no formas parte de este mundo, y este mundo no forma parte de ti. Entonces el miedo, entonces la ansiedad, entonces la angustia están abocados a resultar. 
Un hombre, como un extraño en el universo, está abocado a sentir profunda ansiedad, espanto, miedo, angustia. 
Toda su vida será simplemente una lucha, una pugna, y una pugna que está destinada a ser un fracaso. El hombre no puede triunfar porque una parte nunca puede triunfar contra el todo. No puedes triunfar contra la existencia. Puedes triunfar con ella, pero nunca contra ella. Y ésa es la diferencia entre un hombre religioso y un hombre no religioso. 
Un hombre no religioso está contra el universo; un hombre religioso está con el universo. Un hombre religioso se siente en casa. No siente que ha sido arrojado al mundo; siente que ha crecido en el mundo. 
Hay que recordar la diferencia entre ser arrojado y haber crecido de algo. 
Cuando Sartre dice que el hombre es arrojado al mundo, la misma palabra, la formulación misma muestra que no estás en tu sitio. Y la palabra, la elección de la palabra «arrojado», significa que has sido obligado sin tu consentimiento. 
De modo que este mundo te parece hostil. 
Entonces el resultado será la angustia. 
Sólo puede ser de otra manera si no eres arrojado al mundo, sino que creces como parte de él, como una parte orgánica. 
En realidad, sería mejor decir que eres el universo que ha crecido en una dimensión específica que llamamos «humana». 
El universo crece en multidimensiones: en árboles, en colinas, en estrellas, en planetas…, en multidimensiones. 
El hombre es también una dimensión de crecimiento. 
El universo está realizándose a sí mismo a través de muchísimas dimensiones. El hombre también es una dimensión junto con la altura y la cima. Ningún árbol puede tomar conciencia de sus raíces; ningún animal puede tomar conciencia de sus raíces. 
Es por eso que para ellos no hay ansiedad. 
Si no eres consciente de tus raíces, de tu centro, nunca puedes ser consciente de tu muerte. 
La muerte es sólo para el hombre. 
Sólo existe para el hombre, porque sólo el hombre puede tomar conciencia de sus raíces, conciencia de su centro, conciencia de su totalidad y su enraizamiento en el universo. 
Si vives sin un centro, si sientes que eres un extraño, el resultado será la angustia. Sin embargo, si sientes que estás en casa, que eres un crecimiento, una realización de la potencialidad de la existencia misma -como que la existencia misma se ha vuelto consciente en ti, como que ha tomado conciencia en ti -, si te sientes así, si realmente lo percibes de esta manera, el resultado será la dicha. 
La dicha es el resultado de una unidad orgánica con el universo, y la angustia es el resultado de un antagonismo. Pero, a no ser que conozcas el centro, estás abocado a sentir un «arrojamiento», como si te hubieran impuesto la vida a la fuerza. 
Este centro que está ahí, aunque el hombre no es consciente de él, es de lo que tratan estos sutras de los que vamos a hablar. Antes de entrar en el Vigyan Bhairav Tantra y sus técnicas referentes al centro, dos o tres cosas más. 
Una: cuando el hombre nace está enraizado en un punto concreto, en un chakra -centro- concreto, que es el ombligo. 
Los japoneses lo llaman hara: de ahí el término harakiri. Harakiri significa suicidio. Literalmente, el término significa matar el hara, la columna, el centro. 
El hara es el centro; destruir el centro es el significado de harakiri. Pero, en cierto modo, todos hemos cometido el harakiri. No hemos matado el centro, pero nos hemos olvidado de él, o nunca lo hemos recordado. 
Está ahí esperando, y nos hemos ido distanciando más y más de él. Cuando nace un niño, está enraizado en el ombligo, en el hara; vive por medio del hara. Observa a un niño respirando: su ombligo sube y baja. Respira con el abdomen, vive con el abdomen; no con la cabeza, no con el corazón. 
Pero poco a poco tendrá que distanciarse. 
Primero desarrollará otro centro: el corazón, el centro de la emoción. Aprenderá el amor, será amado, y se desarrollará otro centro. Este centro no es el centro verdadero; este centro es un derivado. 
Por eso los psicólogos dicen que si un niño no es amado, nunca será capaz de amar. Si un niño es criado en circunstancias no amorosas -en circunstancias que son frías, sin nadie que le ame y dé calor-, él mismo no será capaz de amar a nadie en su vida, porque el centro mismo no se desarrollará. 
El amor de la madre, el amor del padre, la familia, la sociedad: eso es lo que contribuye a desarrollar un centro. 
Ese centro es un derivado; no naces con él. 
De modo que si no se le ayuda a crecer, no crecerá. 
Hay muchísimas personas sin el centro del amor. 
Siguen hablando del amor, y siguen creyendo que aman, pero les falta el centro, así que ¿cómo van a poder amar? Es difícil tener una madre amorosa, y muy difícil y excepcional tener un padre amoroso. Todo padre, toda madre, piensa que ama. 
No es tan fácil. El amor es un brote difícil, muy difícil. 
Pero si no hay amor al principio para el niño, él mismo nunca será capaz de amar. Por eso la humanidad entera vive sin amor. Seguís produciendo niños, pero no sabéis cómo darles el centro del amor. Más bien, por el contrario, cuanto más civilizada se vuelve la sociedad, más fuerza a que surja un tercer centro, que es el intelecto. El ombligo es el centro original. 
Un niño nace con él; no es un derivado. 
Sin él, la vida es imposible, de modo que se recibe. 
El segundo centro es un derivado. 
Si el niño recibe amor, responde. 
En este responder, crece en él un centro: el centro del corazón. 
El tercer centro es la razón, el intelecto, la cabeza. 
La educación, la lógica y la enseñanza crean un tercer centro; ése también es un derivado. Pero vivimos en el tercer centro. 
El segundo está casi ausente; o, incluso si está presente, no está en funcionamiento; o, incluso si a veces funciona, funciona irregularmente. 
Pero el tercer centro, la cabeza, se vuelve la fuerza básica en la vida, porque la vida entera depende de este tercer centro. 
Es utilitario. 
Lo necesitas para la razón, la lógica, el pensamiento. 
De modo que, tarde o temprano, todo el mundo se orienta hacia la cabeza; empiezas a vivir en la cabeza. 
La cabeza, el corazón, el ombligo: éstos son los tres centros. 
El ombligo es el centro que se nos da, el centro original. 
El corazón se puede desarrollar, y es bueno desarrollarlo por muchas razones. 
También es necesario desarrollar la razón, pero no debe ser desarrollada a costa del corazón, porque si la razón se desarrolla a costa del corazón, pierdes el nexo y no puedes volver al ombligo. El desarrollo es de la razón a la existencia y al ser. Tratemos de entenderlo de esta manera. 
El centro del ombligo está en ser; el centro del corazón está en sentir; el centro de la cabeza está en saber. 
Saber es lo que está más lejos de ser; sentir está más cerca. 
Si te falta el centro de sentir, entonces es muy difícil crear un puente entre la razón y ser: verdaderamente difícil. 
Por eso una persona amorosa puede tomar consciencia de estar en casa en el mundo más fácilmente que una persona que vive mediante el intelecto. 
La cultura occidental ha puesto el énfasis básicamente en el centro de la cabeza. Es por eso que en Occidente se siente una profunda preocupación por el hombre. 
Y la profunda preocupación viene con su no estar en casa, su vacío, su desarraigo. 
Simone Weil escribió un libro, La necesidad de tener raíces. 
El hombre occidental se siente desarraigado, como si no tuviera raíces. La razón de ello es que sólo la cabeza se ha vuelto el centro. El corazón no ha sido adiestrado, falta. 
El latido del corazón no es tu corazón, sino sólo una función fisiológica. Así que si sientes el latido, no lo entiendas mal y pienses que tienes corazón. El corazón es otra cosa. 
Corazón significa la capacidad de sentir; cabeza significa la capacidad de saber. Corazón significa la capacidad de sentir, y ser significa la capacidad de ser uno, de ser uno con algo…, la capacidad de ser uno con algo. 
La religión tiene que ver con el ser; la poesía tiene que ver con el corazón; la filosofía y la ciencia tienen que ver con la cabeza. Estos dos centros, el corazón y la cabeza, son centros periféricos, no centros auténticos, tan sólo centros falsos. 
El centro auténtico es el ombligo, el hara. ¿Cómo llegar a él de nuevo? ¿O cómo percibirlo? Normalmente, sólo sucede a veces -sucede alguna que otra vez, accidentalmente-, cuando te acercas al hara. Ese momento se volverá un momento muy profundo y dichoso. 
Por ejemplo, a veces en el sexo te acercas al hara, porque en el sexo tu mente, tu consciencia, va hacia abajo de nuevo. 
Tienes que salir de la cabeza y bajar. 
En un profundo orgasmo sexual, a veces sucede que estás cerca de tu hara. Por eso hay tanta fascinación en torno al sexo. 
No es realmente el sexo lo que te da la experiencia dichosa: en realidad, es el hara. Al bajar hacia el sexo pasas por el hara, lo tocas. Pero para el hombre moderno, incluso eso se ha vuelto imposible, porque para el hombre moderno incluso el sexo es un asunto cerebral, un asunto mental. 
Incluso el sexo se ha metido en la cabeza; el hombre moderno piensa en él. Es por eso por lo que hay tantas películas, tantas novelas, tanta literatura, pornografía y cosas así. 
El hombre piensa en el sexo, pero eso es un absurdo. 
El sexo es una experiencia; no puedes pensar en él. 
Y si empiezas a pensar en él, te resultará más y más difícil tener la experiencia real del sexo, porque no es incumbencia de la cabeza en absoluto. La razón no es necesaria. 
Y cuanto más incapaz se siente el hombre moderno de profundizar en el sexo, más piensa en él. 
Se convierte en un círculo vicioso. 
Y cuanto más piensa en él, más cerebral se vuelve el sexo. Entonces incluso el sexo se vuelve fútil. 
Se ha vuelto fútil, una cosa repetitiva, aburrida. 
No se gana nada, sigues repitiendo simplemente un viejo hábito. Y en el fondo te sientes frustrado, como si te hubieran estafado. ¿Por qué? Porque, en realidad, la consciencia no está bajando otra vez al centro. Sólo al pasar por el hara sientes dicha. 
De modo que, sea cual sea la causa, siempre que pasas por el hara sientes dicha. 
Un guerrero que lucha en el campo de batalla a veces pasa por el hara, pero no los guerreros modernos, porque ellos no son guerreros en modo alguno. 
Una persona que tira una bomba sobre una ciudad está dormida. No es un guerrero; no es un luchador; no es un kshatriya: no es Arjuna luchando. A veces, cuando uno está a punto de morir, es arrojado de vuelta al hara. 
Para un guerrero que lucha con su espada, la muerte es posible en cualquier momento, en cualquier momento puede dejar de existir. Y cuando estás luchando con una espada no puedes pensar. Si piensas, dejarás de existir. 
Tienes que actuar sin pensar, porque pensar lleva tiempo; si estás luchando con una espada no puedes pensar. Si piensas, entonces el otro ganará, dejarás de existir. No hay tiempo para pensar, y la mente necesita tiempo. 
Como no hay tiempo para pensar y pensar supondrá la muerte, la consciencia baja de la cabeza: va al hara, y un guerrero tiene una experiencia dichosa. Por eso hay tanta fascinación en tomo a la guerra. El sexo y la guerra han sido dos fascinaciones, y la razón de ello es ésta: pasas por el hara. 
Pasas por él en cualquier peligro. 
Nietzsche dice: «vive peligrosamente». ¿Por qué? Porque en el peligro eres arrojado de vuelta al hara. 
No puedes pensar; no puedes resolver las cosas con la mente. Tienes que actuar inmediatamente. Pasa una serpiente. 
De repente ves la serpiente y se produce un salto. 
No hay un pensamiento deliberado acerca de ello, que «hay una serpiente». No hay ningún silogismo; no discutes dentro de tu mente, no arguyes dentro de tu mente. «Ahora hay una serpiente y las serpientes son peligrosas, así que debo saltar.» 
No hay ningún razonamiento lógico como ése. 
Si razonas de esa manera, no estarás vivo en absoluto. 
No puedes razonar. 
Tienes que actuar espontáneamente, inmediatamente. 
El acto viene primero y luego viene el pensar. 
Cuando has saltado, entonces piensas. 
En la vida corriente, cuando no hay peligro, primero piensas, luego actúas. Cuando estás en peligro, el proceso entero se invierte; primero actúas y luego piensas. 
Esa acción que viene primero sin pensar te arroja a tu centro original: el hara. Por eso hay tanta fascinación con el peligro. Estás conduciendo un coche cada vez más rápidamente, y de pronto llega un momento en que cada instante es peligroso. 
En cualquier momento se puede acabar la vida. 
En ese momento de suspense, cuando la vida y la muerte parecen estar lo más cerca posible la una de la otra, dos puntos cercanos y tú en el medio, la mente se para: eres arrojado al hara. 
Es por eso por lo que hay tanta fascinación con los coches, con conducir, conducir rápidamente, conducir como locos. 
O estás apostando y te lo has jugado todo: la mente se para, hay peligro. En el momento siguiente puedes convertirte en un mendigo. La mente no puede funcionar; eres arrojado al hara. Los peligros tienen su atractivo porque en el peligro tu consciencia cotidiana, corriente, no puede funcionar. 
El peligro va hasta el fondo. Tu mente no es necesaria; te vuelves una no-mente. ¡Eres! Eres consciente, pero no hay pensamientos. Ese momento se vuelve meditativo. 
En realidad, al apostar, los jugadores de apuestas están buscando un estado mental meditativo. En el peligro -en una lucha, en un duelo, en las guerras-, el hombre siempre ha estado buscando estados meditativos. 
De pronto una dicha hace erupción, explota en ti. 
Se vuelve un derramamiento interno. 
Pero éstos son fenómenos repentinos, accidentales. 
Una cosa es segura: siempre que te sientes dichoso estás más cerca del hara. Eso es seguro, independientemente de cuál sea la causa; la causa es irrelevante. 
Siempre que pasas cerca del centro original te llenas de dicha. Estos sutras se ocupan de crear un arraigamiento en el hara, en el centro; científicamente, de un modo planeado; no accidentalmente, no momentáneamente, sino permanentemente. Puedes permanecer continuamente en el hara; ése puede llegar a ser tu arraigamiento. 
Cómo hacer que esto sea así y cómo crear esto son los puntos de interés de estos sutras. 
Ahora tomaremos el primer sutra, que es otro de los modos relacionados con el punto, o centro. 
13 Concéntrate totalmente en un objeto. 
Primero: O imagina que los círculos de cinco colores de la cola del pavo real son tus cinco sentidos en el espacio ilimitable. Ahora deja que su belleza se funda por dentro. 
Del mismo modo, con cualquier punto del espacio o de una pared: hasta que el punto se disuelva. 
Entonces tu deseo de otro se hace realidad. 
Todos estos sutras se ocupan de cómo lograr el centro interno. 
El mecanismo básico utilizado, la técnica básica utilizada es: si puedes crear un centro fuera -en cualquier parte: en la mente en el corazón, o incluso fuera, sobre una pared- y si te concentras totalmente en él y excluyes el mundo entero, te olvidas del mundo entero y sólo permanece un punto en tu consciencia, de pronto serás arrojado a tu centro interno. 
¿Cómo funciona? Primero comprende esto… Tu mente es tan sólo un vagabundo, un vagabundeo. Nunca está en un punto. 
Está siempre yendo, moviéndose, alcanzando, pero nunca en un punto. Va de un pensamiento a otro, de A a B. 
Pero nunca está en A; nunca está en B. Siempre está en movimiento. 
Recuerda esto: la mente siempre está en movimiento, esperando llegar a alguna parte, pero sin llegar nunca. ¡No puede llegar! 
La estructura misma de la mente es movimiento. 
Sólo se puede mover; ésa es la naturaleza inherente de la mente. El proceso mismo es movimiento: de A a B, de B a C…, sigue sin parar. 
Si te paras en A o en B o en cualquier punto, la mente luchará contigo. La mente dirá: «Sigue adelante», porque si te paras, la mente muere inmediatamente. 
Sólo puede estar viva en movimiento. 
La mente significa un proceso. 
Si te paras y no te mueves, de pronto la mente se queda muerta, ya no está ahí; sólo permanece la consciencia. 
La consciencia es tu naturaleza; la mente es tu actividad: igual que andar. Es difícil porque pensamos que la mente es algo sustancial. Pensamos que la mente es una sustancia; no lo es, la mente es tan sólo una actividad. 
De modo que en realidad es mejor llamarla «mentear» que mente. Es un proceso igual que caminar. Caminar es un proceso; si te paras, no hay caminar. Tienes piernas, pero no caminar. 
Las piernas pueden caminar, pero si te paras, aunque las piernas seguirán ahí, no habrá caminar. 
La consciencia es como las piernas: tu naturaleza. 
La mente es como caminar: sólo un proceso. 
Cuando la consciencia se mueve de A a B, de B a C, este movimiento es la mente. Si paras el movimiento, no hay mente. Eres consciente, pero no hay mente. 
Tienes piernas, pero no caminar. 
Caminar es una función, una actividad; la mente también es una función, una actividad. Si te paras en cualquier punto, la mente luchará. La mente dirá: «¡Sigue!» La mente intentará por todos los medios empujarte hacia delante o hacia atrás o a cualquier parte, pero «¡Sigue!» Da igual adónde, pero no te quedes en un punto. Si insistes y si no obedeces a la mente…, es difícil, porque siempre has obedecido. Nunca le has ordenado a la mente; nunca has mandado sobre ella. No puedes hacerlo porque, en realidad, nunca te has desidentificado de la mente. 
Piensas que eres la mente. 
Esta falacia de que eres la mente le da a la mente una libertad total, porque entonces no hay nadie que mande sobre ella, que la controle. ¡No hay nadie! La mente misma es la que manda. Puede que se vuelva la que manda, pero esa autoridad es sólo aparente. Si lo intentas una vez, puedes doblegar esa autoridad: es falso. La mente es tan sólo un esclavo que simula ser el señor, pero lo ha simulado durante tanto tiempo, durante vidas y vidas, que incluso el señor cree que el esclavo es el señor. 
Eso es sólo una creencia. Prueba lo contrario y sabrás que esa creencia era totalmente infundada. 
Este primer sutra dice: Imagina que los círculos de cinco colores de la cola del pavo real son tus cinco sentidos en el espacio ilimitable. 
Ahora deja que su belleza se funda por dentro. 
Piensa que tus cinco sentidos son cinco colores, y que esos cinco colores llenan todo el espacio. Simplemente imagina que tus cinco sentidos son cinco colores; colores bellos, vivos, expandidos en el espacio infinito.
Entonces entra en ti con esos colores. Entra y siente un centro en el que estos cinco colores se están fusionando dentro de ti. 
Esto es sólo la imaginación, pero ayuda. Imagina que estos cinco colores penetran en ti y se unen en un punto. 
Por supuesto, estos cinco colores se unirán en un punto: el mundo entero se disolverá. En tu imaginación hay sólo cinco colores igual que en torno a la cola de un pavo real expandidos por todo el espacio, entrando en lo profundo de ti, uniéndose en un punto. Cualquier punto servirá, pero el hara es el mejor. Piensa que se están uniendo en tu ombligo; que el mundo entero se ha convertido en colores, y que esos colores se están uniendo en tu ombligo. 
Ve ese punto, concéntrate en ese punto, y concéntrate hasta que el punto se disuelva. 
Si te concentras en el punto, se disuelve, porque es sólo imaginación. Recuerda: cualquier cosa que hayamos hecho es sólo imaginación. Si te concentras en ella, se disolverá. 
Y cuando el punto se disuelve, eres arrojado a tu centro. 
El mundo se ha disuelto. No hay mundo para ti. 
En esta meditación sólo hay color. Has olvidado el mundo entero; has olvidado todos los objetos. Sólo has elegido cinco colores. Elige cinco colores cualesquiera. Esto es especialmente para los que tienen un ojo muy agudo, una sensibilidad del color muy profunda. 
Esta meditación no será útil para todos. 
A no ser que tengas ojo de pintor, consciencia del color, a no ser que puedas imaginar color, será difícil. ¿Has observado alguna vez que tus sueños no tienen color? Sólo una de cada cien personas es capaz de ver sueños en color. 
Sólo ves en blanco y negro. ¿Por qué? El mundo entero es de colores y tus sueños son sin color. Si alguno de vosotros recuerda que sus sueños son en color, esta meditación es para él. 
Si alguien recuerda que, aunque sea a veces, ve colores en sus sueños, entonces esta meditación será para él. Si le dices a una persona que es insensible al color: «Imagina el espacio entero lleno de colores», no será capaz de imaginarlo. 
Incluso si trata de imaginar, si piensa «rojo», verá la palabra «rojo», no verá el color. Dirá «verde», y aparecerá la palabra «verde», pero no habrá verdor. De modo que si tienes sensibilidad para el color, prueba este método. 
Hay cinco colores. El mundo entero es sólo colores, y esos cinco colores se están uniendo en ti. 
En alguna parte profunda de ti, esos cinco colores se están uniendo. Concéntrate en ese punto, y sigue concentrándote en él. No te muevas de él; permanece en él. No des ocasión a la mente. No intentes pensar en el verde y el rojo y el amarillo y en los colores en general; no pienses. Simplemente velos uniéndose en ti. ¡No pienses en ellos! Si piensas, la mente se ha movido. Simplemente llénate de colores que se unen en ti, y, entonces, en el punto de unión, concéntrate. ¡No pienses! Concentración no es pensar; no es contemplación. Si de verdad estás lleno de colores y te has vuelto un arco iris, un pavo real, y todo el espacio está lleno de colores, esto te dará una profunda sensación de belleza. Pero no pienses en ello; no digas que es bello. 
No te pongas a pensar. 
Concéntrate en el punto en el que todos estos colores se juntan, y sigue concentrándote en él. Desaparecerá, se disolverá, porque es sólo imaginación. Y si fuerzas la concentración, la imaginación no puede permanecer, se disolverá. 
El mundo ya se ha disuelto; sólo había colores. 
Esos colores eran tu imaginación. Esos colores imaginarios se estaban juntando en un punto. Por supuesto, ese punto era imaginario; y ahora, con profunda concentración, ese punto se disolverá. ¿Dónde estás ahora? ¿Dónde estarás? Serás arrojado a tu centro. Los objetos se han disuelto mediante la imaginación. Ahora la imaginación se disolverá mediante la concentración. Sólo quedas tú como subjetividad. 
El mundo objetivo se ha disuelto; el mundo mental se ha disuelto. Estás sólo como consciencia pura. Es por eso que este sutra dice: Con cualquier punto del espacio o de una pared… Esto será útil. Si no puedes imaginar colores, entonces cualquier punto de una pared servirá. 
Toma cualquier cosa como objeto de concentración. 
Si es interno, es mejor; pero de nuevo hay dos tipos de personalidad. Para los que son introvertidos, resultará fácil imaginar todos los colores juntándose por dentro. 
Pero hay extrovertidos que no pueden imaginar nada dentro. 
Sólo pueden imaginar fuera. 
Sus mentes sólo se mueven en el exterior; no pueden ir hacia dentro. Para ellos no hay nada interno. 
El filósofo inglés David Hume ha dicho: «Siempre que entro en mí, nunca encuentro ningún yo. Lo único que encuentro son reflejos del mundo externo: un pensamiento, alguna emoción, alguna sensación. Nunca encuentro lo interno, sólo encuentro el mundo externo reflejado dentro.» Ésta es la mente extrovertida por excelencia, y David Hume es una de las mentes más extrovertidas. 
De modo que si no puedes sentir nada por dentro, y si la mente pregunta: «¿Qué significa eso de lo interno? ¿Cómo entrar ahí?», entonces prueba mejor con cualquier punto de la pared. Hay personas que vienen a mí y me preguntan cómo llegar a su parte interna. Es un problema, porque si sólo conoces lo externo, si sólo conoces los movimientos hacia fuera, es difícil imaginar cómo llegar a lo interno. 
Si eres extrovertido, no intentes este punto interno; pruébalo fuera. El resultado será el mismo. Haz un punto en la pared; concéntrate en él. Entonces tendrás que concentrarte con los ojos abiertos. Si estás creando un centro interno, un punto dentro, entonces tendrás que concentrarte con los ojos cerrados. 
 Haz un punto en la pared y concéntrate en él. 
Lo auténtico sucede a causa de la concentración, no a causa del punto. Que esté dentro o fuera es irrelevante. Depende de ti. 
Si estás mirando la pared externa, concentrándote en ella; entonces sigue concentrándote hasta que el punto se disuelva. Esto no hay que olvidarlo: ¡hasta que el punto se disuelva! No pestañees, porque pestañear ofrece un espacio para que la mente entre otra vez. No pestañees, porque entonces la mente empieza a pensar. Se convierte en una laguna; en el pestañeo se pierde la concentración. Así que no pestañees. 
Puede que hayas oído hablar de Bodhidharma, uno de los más importantes maestros de meditación de toda la historia de la humanidad. Se cuenta una historia muy hermosa sobre él. 
Se estaba concentrando en algo; algo externo. 
Sus ojos pestañeaban de vez en cuando y perdía la concentración, así que se arrancó los párpados. 
Ésta es una historia muy hermosa: se arrancó Ios párpados, los tiró, y se concentró. Después de varias semanas, vio que crecían algunas plantas en el lugar en que había tirado sus párpados. Esta anécdota sucedió en una montaña de China, y la montaña se llama Tah, o Ta. De ahí viene el nombre «té». 
Esas plantas que crecían se hicieron té, y es por eso por lo que el té te ayuda a estar despierto. Cuando tus ojos estén pestañeando y te estés quedando dormido, tómate una taza de té. 
Son los párpados de Bodhidharma. 
Ésa es la razón por la que los monjes Zen consideran sagrado el té. El té no es una cosa corriente; es sagrado: los párpados de Bodhidharma. 
En Japón tienen ceremonias del té, Y todas las casas tienen una sala del té, y el té se sirve con ceremonial religioso; es sagrado. 
El té hay que tomarlo en un estado muy meditativo. 
Japón ha creado bellas ceremonias en torno al té. 
Entran en la sala del té como si estuvieran entrando en un templo. Entonces hacen té, y todos se sientan en silencio escuchando burbujear el samovar. El vapor, el ruido…, y todos están simplemente escuchando. No es una cosa corriente…: los párpados de Bodhidharma. Y como Bodhidharma estaba intentando estar despierto con los ojos abiertos, el té ayuda. Debido a que la historia sucedió en la montaña de Tah, se llama té. Sea verdadera o falsa, esta anécdota es bella. 
Si estás concentrándote fuera, entonces será necesario que los ojos no pestañeen, como si ya no tuvieras párpados. 
Ése es el significado de tirar los párpados. Sólo tienes ojos, sin párpados para cerrarlos. Concentrándote hasta que el punto se disuelva. Si persistes, si insistes y no permites que se mueva la mente, el punto se disuelve. 
Y cuando el punto se disuelve, si estabas concentrado en el punto y para ti el punto era lo único que había en el mundo, si el mundo entero ya se había disuelto, si sólo quedaba este punto y ahora también el punto se disuelve, entonces la consciencia no puede moverse a ninguna parte. No hay ningún objeto al que moverse: todas las dimensiones están cerradas. 
La mente es arrojada a sí misma, la consciencia es arrojada a sí misma, y tú entras en el centro. Así que, ya sea dentro o fuera, por dentro o por fuera, concéntrate hasta que el punto se disuelva. Este punto se disolverá por dos razones. 
Si está dentro, es imaginario: se disolverá. Si está fuera, no es imaginario, es real. Has hecho un punto en la pared y te has concentrado en él. Entonces ¿por qué se disolverá este punto? 
Se puede entender que se disuelva dentro: no estaba allí en absoluto, tan sólo lo imaginabas; pero en la pared sí está, así que ¿por qué se disolverá? Se disuelve por una cierta razón. 
Si te concentras en un punto, el punto no se va a disolver realmente; se disuelve la mente. 
Si te estás concentrando en un punto externo, la mente no se puede mover. Sin movimiento no puede vivir, se muere, se para. 
Y cuando la mente se para no puedes estar relacionado con nada externo. De pronto, todos los puentes se rompen, porque la mente es el puente. Cuando te estás concentrando en un punto de la pared, tu mente está saltando continuamente de ti al punto, del punto a ti, de ti al punto. Hay un saltar constante; hay un proceso. Cuando la mente se disuelve no puedes ver el punto, porque, en realidad, nunca ves el punto a través de los ojos; ves el punto a través de la mente y a través de los ojos. 
Si no hay mente, los ojos no pueden funcionar. 
Puedes seguir mirando a la pared, pero no se verá el punto. 
La mente no está ahí; el puente está roto. 
El punto es real: está ahí. Cuando la mente vuelva, volverás a verlo; está ahí. Pero ahora no puedes verlo. 
Y cuando no puedes ver, no puedes salirte. De pronto, estás en tu centro. Este centramiento te hará tomar conciencia de tus raíces existenciales. Sabrás por dónde estás unido a la existencia. 
En ti hay un punto que está relacionado con la existencia total, que es uno con ella. 
Una vez que conoces este centro, sabes que estás en casa. 
Este mundo no es ajeno. No eres un extraño. 
Tienes un sitio en el mundo, formas parte de él. 
No es necesario ningún esfuerzo, no hay lucha. 
No hay una relación hostil entre tú y la existencia. 
La existencia se vuelve tu madre. 
Es la existencia lo que ha entrado en ti y lo que ha tomado conciencia. Es la existencia lo que ha florecido en ti. 
Esta sensación, esta realización, este acontecimiento…, y ya no puede volver a haber angustia. 
Entonces la dicha no es un fenómeno; no es algo que sucede y luego se va. Entonces la dicha es tu propia naturaleza. 
Cuando uno está enraizado en su propio centro, la dicha es natural. Uno simplemente es dichoso, y poco a poco uno incluso deja de darse cuenta de que uno es dichoso, porque para darse cuenta se necesita contraste. 
Si eres desgraciado, entonces cuando eres dichoso lo puedes sentir. Cuando la desdicha ya no existe, poco a poco te olvidas completamente de la desdicha. Y te olvidas también de tu dicha. 
Y sólo cuando también te puedes olvidar de tu dicha eres realmente dichoso. Entonces es natural. 
De la misma manera que las estrellas brillan, que los ríos fluyen, así eres tú dichoso. Tu ser mismo es dichoso. No es algo que te ha sucedido: ahora eres tú.

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